Koba el Temible. La risa y los veinte millones
Martin Amis
22 julio, 2004 02:00Foto: Carlos Barajas
"El destino baraja las cartas, nosotros las jugamos". Y, como jugador compulsivo, Josip Stalin (1879-1953) se jugó el futuro de millones de habitantes de la URSS para convertir al país en una potencia mundial. Josip Visarionovich Dzhgachvili usó varios pseudónimos -David, Nijeradzé, Tchijikov, Ivanovich-, hasta adoptar el de Stalin ("hombre de acero") que empezó a utilizar después de la conferencia bolchevique de Tammerfors (Finlandia), donde se encontró por primera vez con Lenin. Convertido en su sucesor tras el triunfo de la revolución soviética, a mediados de los años 30 organizó varias campañas de terror con millones de víctimas. Murió en su cama en 1953.
Es éste el fondo sobre el que discurre la reflexión y el análisis de la obra. Martin Amis, desde una posición distante en el tiempo, se pregunta por la aquiescencia de los intelectuales de la generación de su padre, el escritor Kingsley Amis, hacia el estalinismo. Y destaca que, aunque fueron muchos los que renegaron a lo largo del tiempo, en general la URSS contó con las simpatías de la izquierda hasta bien entrada la década de los setenta.
El autor comienza con el estudio del fenómeno de la implantación y desarrollo del bolchevismo en Rusia. No es un historiador, sus descripciones son impresionistas, con admirables aciertos por su agudeza, sin embargo su aportación resulta esclarecedora porque, aunque vaya a trompicones y construya a base de grandes trazos, persigue la presa y la cobra. Obviamente descubre al lector la barbarie en toda su intensidad y amplitud. El capítulo dedicado al estudio del sistema revela que todo se resume en el hundimiento del valor de la vida humana, eje sobre el que se sustenta un experimento en el cual el terror era el combustible que alimentaba la máquina.
El otro gran capítulo está dedicado al análisis de la figura de Stalin, su condición humana y su forma de actuar en política, las decisiones que adoptó y las circunstancias que las rodearon. Martin Amis encuentra una continuidad manifiesta entre Stalin y sus antecesores, Lenin y Trotski, que ya habían montado un eficiente estado policial, practicado a fondo la eliminación en masa de los adversarios y empleado el hambre como arma represiva. En realidad Stalin, con sus singularidades -descubrió que un nuevo enemigo lo constituían los propios compañeros del partido-, era un producto de las ideas bolcheviques y sólo ahondó en la perfección negativa hasta unos límites racionalmente inconcebibles.
Por último, Amis trata de desenterrar las raíces de esa afinidad de los intelectuales con la URSS y el estalinismo. ¿Por qué? Su padre, Kingsley Amis, después de abandonar la causa comunista en 1956, habla de conflicto entre sentimientos e inteligencia, una necesidad emocional que hacía imposible no creer en otra cosa que no condujera a la ilusión colectiva de la justicia social y la fraternidad, pero para Martín el conflicto es más profundo y oscuro, la pugna entre "la esperanza y la desesperación" que acompaña a los que no tienen fe en la naturaleza humana, siempre imperfecta, frágil, dubitativa, pero libre.
En el fondo, el proyecto comunista, según Amis, era una guerra librada contra la naturaleza humana: "el utopista activo, el perfeccionador, desde el comienzo mismo, siente una furiosa animadversión por la ineludible realidad de la imperfectibilidad humana". De la lectura de Koba el temible cabe extraer una pregunta final, ¿cuánto hay de las manifestaciones de ese poso ideológico, como las pretensiones de superioridad moral, el desinterés selectivo (preocupación por Iraq frente a la indiferencia por Sudán) y la sordera moral (Cuba), en la actual izquierda?