Nacionalidades históricas y regiones sin historia
Roberto L. Blanco Valdés
8 septiembre, 2005 02:00En los últimos años se han multiplicado los libros que analizan el nacionalismo, entre los que es preciso destacar Cultura, identidad y política: el nacionalismo y los nuevos cambios sociales, de Ernest Gellner (Gedisa, 2003); La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX, de Juan Pablo Fusi (Suma de Letras, 2004) y Enciclopedia del nacionalismo (1999, Alianza), dirigida por Andrés de Blas. ¿La aproximación más curiosa? Sin duda alguna, El Quijote desde el nacionalismo catalán, de Carme Riera (Destino, 2005).
La lectura de este libro no puede ser más apropiada para los tiempos que corren, ahora, precisamente, que con la apertura del nuevo curso político se aborda el comienzo del proceso de reforma constitucional. Sin embargo, no se trata de un producto de coyuntura, por fundamental que ésta sea.Al contrario, es fruto de una larga meditación y logro de una amplia labor de investigación y debate, con la ventaja añadida de su accesibilidad para el lector medio. Ello no obsta para que haya una parte que pueda resultar algo árida, como la dedicada a explicar las diferentes vías de acceso a la autonomía a tenor de las disposiciones constitucionales y las decisiones e intenciones de los agentes constituyentes, pero afecta solamente a un capítulo y es absolutamente imprescindible para entender el contexto general. Nada hay de criticable en ello.
El profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago, Roberto Blanco Valdés, de quien se pueden leer excelentes artículos de análisis político todas las semanas en "La Voz de Galicia", además de contribuciones en revistas de pensamiento y otras más especializadas en materia de su competencia estrictamente profesional, establece en el libro objeto de este comentario dos grandes líneas paralelas que compara y disecciona. Por un lado, aparece la concepción del sistema federal de corte autonómico que es hoy el Estado español, consecuencia de una auténtica revolución territorial que ha tenido lugar en poco más de dos décadas y que se ha coronado con gran éxito en cuanto a las múltiples mejoras que ha introducido en la recuperación de las culturas, la profundización democrática, el equilibrio y balanza de poderes y la igualdad económica y social territorial. La contrapartida, el aspecto negativo, que poco tiene que ver con el funcionamiento del sistema en sí, es que los nacionalismos periféricos, pese al enorme caudal de transferencias, poder y garantías que han alcanzado, permanecen hasta tal punto disconformes que llegan a sostener el esperpéntico discurso de que parecen estar peor que al principio del proceso. La razón de esto no afecta tanto a la nueva distribución territorial del poder como a la naturaleza de dichos nacionalismos, a sus expectativas y a la necesidad de mantener la tensión que indefinidamente les alimenta.
Roberto Blanco Valdés desvela las contradicciones de sus peregrinas reivindicaciones, su falta de sentido, el vuelo gallináceo de sus pretensiones y del discurso de sus líderes, y proporciona un arsenal de refutaciones y el dispositivo sicológico necesario para defenderse de la incesante ofensiva. Uno de sus principales argumentos suena particularmente lleno de sentido común para aquellos a los que ante la ofensiva de los nacionalismos periféricos no aceptan verse empujados hacia las redes de un nacionalismo español esencialista de signo contrario, por justificado que pueda aparecer debido a los terribles excesos en que han incurrido los periféricos, que en el caso vasco alcanza unos extremos inaceptables para cualquier persona que se considere demócrata.
Se trata del reconocimiento objetivo "de las clarísimas ventajas convivenciales de nuestro actual Estado democrático sobre las que se derivarían de una eventual estatificación de las naciones que pretendidamente lo componen", pues dicho Estado es producto de una decantación histórica de "varios siglos de convivencia en armonía y/o en conflicto", ya que, finalmente, "la inmensa mayoría de los ciudadanos" "ha terminado aceptando su pluralidad". Por tanto, "sería una catástrofe, y una soberbia estupidez, romper y separar, para sustituirlo por espacios construidos sobre supuestas identidades nacionales hoy sencillamente inexistentes, que solo podrían ser reconstruidas, por lo tanto, a golpe de política estatalizadora. Sabemos ya lo costoso que fue ese proceso para la construcción del actual Estado español como para lanzarnos a repetir esa historia llena de sufrimientos y desgracias". Imposible encontrar más sensatez; quien más y quien menos intuye o ha deducido que esto es así, puro sentido común, pero la enredadera confeccionada por los nacionalistas envuelve y confunde.
Detrás de la palabrería y las patrañas de muchas de las pretensiones de los nacionalistas no existe más que la ausencia de razón y el cultivo del victimismo y el agravio como instrumento político. Fernando Savater, autor del exquisito prólogo de este magnífico libro, lo explica con su particular ironía crítica: "¿Hay mayor ridiculez que oír calificar una y otra vez como ‘rancia’ cualquier mención a la imprescindible unidad legal del Estado de Derecho, mientras que pasan por modernos y aún por ‘progresistas’ los que legitiman sus aspiraciones con referencias prehistóricas o se apoyan en unos derechos históricos a los que ningún recurso histórico logra por lo visto afectar?"