Ensayo

Suite francesa

Irène Némirovsky

17 noviembre, 2005 01:00

Irène Némirovsky. Foto: Guillaume Delaby

Trad. José Antonio Soriano. Salamandra, 2005. 480 páginas, 19 euros

Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz-Birkenau, 1942) desapareció en la zona gris de los campos de exterminio, transformada en humo y ceniza por la barbarie nacionalsocialista. Su prosa, precisa y discreta, de una madurez exquisita y un contenido lirismo, refleja la tragedia de una Europa incapaz de superar el conflicto entre totalitarismo y democracia, identidad y diferencia, tradición y modernidad.

Concebida como una gran sinfonía, Suite francesa pretende reconstruir la ocupación de París, mostrando la incidencia de la política en la vida cotidiana, la repercusión de las ideas en la existencia de la población, que en ningún caso puede eludir la influencia de la historia. La incredulidad o la indiferencia no pueden neutralizar los cambios provocados por el conflicto entre las ideologías que se disputan el mundo. Némirovsky no se muestra complaciente con ninguna clase social. Dividida en dos partes, su novela actúa como un pobladísimo díptico, que aspira a recoger toda la complejidad de la condición humana, agotando la gama de emociones que opone cada individuo a los acontecimientos ajenos a su voluntad. La burguesía no se preocupa de las injusticias, sino de sus propiedades materiales. Los obreros no están menos apegados a sus escasas pertenencias. De hecho, su intuición del peligro está más desarrollada. Los más acaudalados responden a la adversidad con estupor, mientras que los desfavorecidos se apresuran a conservar sus precarios bienes, sin renunciar a la rapiña ocasional. Apenas se ofrece resistencia a las fuerzas alemanas. El colaboracionismo prevalece sobre cualquier forma de dignidad. La derrota militar es menos significativa que el desastre moral. Se repite la misma cobardía entre señores y criados, prebostes y menesterosos. Las meretrices pierden a sus protectores y buscan el amparo de las fuerzas de ocupación. El caos asociado a la evacuación de París libera el malestar que anida en el corazón del tejido social. El instinto suprime las inhibiciones inculcadas por la cultura. Los huérfanos protegidos por un sacerdote se rebelan contra su tutela y lo asesinan. No interviene ninguna motivación definida. Su violencia es tan irracional como su destino, que les ha condenado a la marginación desde su nacimiento. Es el nihilismo de los desheredados, un gesto desesperanzado e inútil, pero inevitable en una sociedad gobernada por un azar ciego, que excluye y discrimina, ignorando cualquier principio de justicia o racionalidad. El protagonismo coral no produce dispersión ni debilita el relato. La novela parece inacabada. No se escamotea el desenlace, pero la incertidumbre vital de Irène Némirovsky afecta a unas páginas teñidas de dramatismo. Se advierte cierto pesimismo que recuerda las disposiciones finales de un testamento. Irène y su marido son deportados y mueren en Auschwitz. La infamia no respeta la corta edad de sus hijas, pero la tenacidad de su tutora les libra de los hornos crematorios. El manuscrito de la novela sobrevive con ellas. Escondido en una maleta, será editado póstumamente por esas niñas que apenas conocieron a su madre. Sus páginas desprenden un aire crepuscular. Suite francesa es la crónica del ocaso de la civilización europea. La mística de los nacionalismos es la negación del sueño ilustrado. La inmolación del hombre en el altar de la sangre y el suelo malogra cualquier ilusión de progreso histórico. Esta edición incluye notas y fragmentos de la correspondencia de Irène Némirovsky. Su lucidez sólo confirma la excelencia de su escritura. Némirovsky se refugia en el trabajo, pero reconoce su desánimo. Suite francesa es una excelente novela, que ha crecido con los años. La tragedia de la Francia ocupada se repite estos días. Los coches incendiados en los suburbios de las grandes ciudades francesas evidencian el fracaso de una sociedad, que no ha logrado erradicar sus demonios. La obra de Némirovsky debe interpretarse como un acto de resistencia del espíritu contra el fanatismo y la intolerancia. Sus palabras aún nos iluminan.