El crimen que desató la guerra civil
Alfredo Semprún
22 diciembre, 2005 01:00Alfredo Semprún. Foto: Archivo
Una de las vertientes más polémicas de la guerra civil sigue siendo la de sus orígenes. Para expresarlo en los términos sintéticos y apasionados que son usuales, la cuestión básica consistiría en dilucidar qué sector político fue el máximo responsable del desencadenamiento de la tragedia.
En esta última ubicación se sitúa el periodista Alfredo Semprún para trazar, como él mismo reconoce, no un análisis histórico sino un reportaje de los frenéticos días en los que tuvo lugar "el crimen que desató la guerra civil". Un epígrafe a modo de subtítulo desde la propia portada especifica que en sus páginas se trata "de cómo un comando policiaco socialista secuestró y asesinó a Calvo Sotelo, líder de la derecha española". Si de algo no se puede acusar a Semprún es de falta de claridad: desde el comienzo el autor asume las posiciones de la derecha, dibujando un paisaje casi apocalíptico de huelgas, saqueos, motines, en el que se hace casi rutinario el asesinato del adversario por el simple hecho de serlo.
"Ante la cansina discusión de quién empezó primero la batalla callejera", Semprún tampoco se anda con rodeos: es cierto que las actitudes violentas se extendieron por todo el espectro político, pero las derechas no empezaron y sí en cambio se llevaron la peor parte, aunque nada más fuese por el comportamiento escandalosamente sectario de los gobiernos izquierdistas. Sin ir más lejos el asesinato que es el centro de atención del libro quedó impune, salpicando, no como inductor pero sí como encubridor, a Indalecio Prieto.
Se dice a menudo que las causas del conflicto radicaron en el odio y miedo mutuos. Para el autor fueron éstos por el contrario los frutos de una persecución que desencadenó media España contra la otra mitad. Pero ésta no estaba dispuesta a desaparecer, y menos ante una revolución incapaz de casar proclamas y hechos. El último paso que da Alfredo Semprún es esta línea de razonamiento puede ser el más polémico, al dictaminar que el asesinato de Calvo Sotelo constituyó uno de los pocos actos de coherencia en este proceso revolucionario.