Ensayo

La sangre y el ámbar

David Torres

25 mayo, 2006 02:00

David Torres. Foto: Carlos Miralles

Ediciones B. Barcelona, 2006. 302 páginas, 17’50 euros

David Torres se estrenó con una buena novela, Nanga Parbat, primer Premio Desnivel, en 1999, que ha sido traducida a varios idiomas. Entonces Javier Reverte ya lo catalogó como "uno de los grandes escritores del siglo que viene".

En 2003 quedaba finalista del premio Nadal con El gran silencio, una original novela negra con un boxeador retirado como protagonista. Ha publicado relatos (Donde no irán los navegantes, Cuidado con el perro) y un poemario (Londres). Pues bien, a pesar de que Desnivel es una editorial especializada en aventura y montaña, a pesar de que Torres reivindica y revisa en sus novelas el papel del héroe, hasta ahora no había tenido la oportunidad de meterse en la piel del aventurero, del viajero, para confesarnos en primera persona cuál es el corazón de la literatura que él escucha. Este es el valor añadido al de la seductora y potente prosa de Torres: que se desnuda, porque, como señaló López-Vega en El viajero modernista, la crónica es un género donde el autor se hace visible, se sincera sin remedio.

La sangre y el ámbar es el libro de un viaje a Polonia. Torres ha jugado con ventaja, porque ha podido ir a Polonia de la mano de su novia Aska, y empaparse de la realidad del país con una intérprete y anfitriona de lujo. También Polonia ha tenido suerte al encontrar en Torres una pluma excepcional y un admirador antiguo. Para el autor Polonia no es sólo una excusa para señalar la amenaza siempre viva de los totalitarismos, sino también para bucear hasta la propia infancia en busca de las causas que le llevaron a hacerse escritor, a comprender los instintos y los pozos del hombre. Polonia, con su reciente historia de sometimiento y matanzas, es la gran metáfora de la crueldad de occidente. Torres aporta un resumen terrible de la historia sangrienta del país que padeció Treblinka y Auschwitz, el gueto de Varsovia y una larga dictadura comunista. Pero ha sabido engrasar la máquina del tiempo con la voz de un viajero humilde, inexperto, cómico, para poder soportar tanta tristeza con algo más que con vodka.

La rotunda humanidad de Torres aflora en escenas como la del viaje en tren de Kutno a Cracovia, donde topa con un padre y su hijo subnormal, o como la del encuentro con Ryszard, superviviente de la resistencia de Varsovia, y su triste relato sobre Halina, la compañera que murió virgen. Gracias a su reposado bagaje literario, Torres exprime todo el jugo a su viaje, trayéndonos a Kosinski, Conrad o Lem, y volviendo a la pregunta pendiente desde Adorno: ¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz? El párrafo sobre la longitud de nuestros dedos, sobre el límite del dolor (pág.134) demuestra que vale la pena intentarlo.