Image: Por qué perdimos la guerra

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Ensayo

Por qué perdimos la guerra

Carlos Rojas

12 octubre, 2006 02:00

Carlos Rojas. Foto: Carlos Márquez

Planeta. Barcelona, 2006. 420 páginas, 27 eurosEllos y nosotros. Sofía Moro. Blume. Barcelona, 2006. 319 páginas, 28 euros

Pese a su aparente similitud, estamos ante dos obras en las que priman las disparidades sobre las semejanzas. La de Carlos Rojas se inscribe en la línea tradicional del análisis político e ideológico para componer, como bien indica su subtítulo, una "antología de los vencidos en la contienda civil". Lo que aquí importa, sobre todo, es la reflexión intelectual de responsables políticos y militares, o de personajes relevantes (artistas, intelectuales, etc.) sobre las causas de la derrota republicana. La de Sofía Moro, por el contrario, se sitúa más bien en la órbita de la historia oral que consagrara Ronald Fraser (Recuérdalo tú y recuérdalo a otros): en este caso lo que interesa no es la disección política sino las vivencias de los combatientes de ambos bandos -otra diferencia básica- y, aunque aparecen algunos nombres conocidos, lo que se trata de captar es el sufrimiento del hombre común en un enfrentamiento fratricida.

Por qué perdimos la guerra es una nueva edición, bastante cambiada en extensión y estructura, de una vieja obra de 1970. Se trata en principio de una antología de textos, algunos de ellos muy conocidos como el Homenaje a Cataluña de Orwell, La arboleda perdida de Alberti o las Memorias de Carrillo. Pero para que el resultado vaya más allá del simple collage, Rojas ha añadido en cada capítulo un extenso prólogo, que luego se prolonga en una amplia presentación del personaje y su circunstancia, antes de cederle la palabra. De esa manera los fragmentos seleccionados adquieren un significado distinto al que podían tener en la obra original: a veces parece que se mantiene entre sus autores un diálogo, en otras ocasiones es un intercambio de acusaciones y siempre se establece una polifonía enriquecedora, un cuadro lleno de matices que nos distancia del tópico o la tentación maniqueísta.

Es muy revelador que destacados prohombres republicanos (Escofet, Ametlla) reconozcan desde primera hora que el fracaso del golpe sedicioso había supuesto el triunfo de la rebelión militar, "puesto que la República democrática había desaparecido, sumergida en el desorden y la anarquía" (p. 46). No todos comparten esta explicación. Buena parte de las autoridades o de los espectadores extranjeros (Pietro Nenni) culparán a las democracias occidentales (Gran Bretaña y Francia) por una inhibición que juzgan criminal. Otros juzgan determinante la ayuda de Roma y Berlín al bando franquista (Robert Colodny, Antonio Cordón). Pero hay también quienes atribuyen a los manejos de la URSS de Stalin el cáncer que corroerá a la República: Besteiro, Enrique Castro, Jesús Hernández, etc. Otros, en fin, prefieren mirar dentro en vez de fuera (Guarner, Vidarte, el propio Azaña) y encuentran así, en sus propias entrañas, la razón del fiasco: frente al monolitismo franquista, la República nunca dejó de alimentar las disensiones internas, primero como divergencias entre los gobiernos central, vasco y catalán; después, con enfrentamientos teñidos de sangre entre partidos o facciones.

Si es difícil extraer un significado unívoco del libro de Rojas, no puede decirse lo mismo del volumen que firma Sofía Moro. Como consecuencia del distinto enfoque antes aludido, en este segundo caso sí emerge una lección diáfana: en una guerra civil todos somos perdedores. Si nos atenemos al sentido profundo de la obra, podría decirse apenas sin exageración que estas páginas están pergeñadas por los que vivieron aquellos años atroces desde la trinchera, la destrucción y la muerte. Son ellos los que narran en primera persona, normalmente de una forma muy resumida (tres o cuatro páginas), las penalidades de aquellos años. Casi siempre con contención, con un cierto pudor, como si las más extremas expresiones de la crueldad y la vesania no tuvieran gran importancia.

La autora acierta al no disputarles el protagonismo que les corresponde; se limita a transcribir fielmente sus impresiones, complementándolas con unas bellísimas fotografías en blanco y negro que a veces dicen más que las propias palabras. Salvo contadas excepciones (Sabino Fernández Campo, Abel Paz, Víctor Alba y pocos más) se trata de hombres y mujeres sin relevancia social, gente de a pie que, sin preguntas interpuestas, exponen sus heridas físicas y morales con una llaneza desconcertante, como una confesión que termina en muchos casos de modo parecido: quien no vivió ese tiempo no puede imaginar cuánto dolor, tanto sufrimiento; aquello no sirvió para nada, no tiene justificación, no mereció la pena.