La gruta del Toscano
Ignacio Padilla
1 febrero, 2007 01:00Ignacio Padilla. Foto: Mercedes Rodríguez
Ignacio Padilla es uno de los contados supervivientes de entidad entre un grupo de promesas literarias mexicanas que se acercan ya o han sobrepasado los cuarenta años. Fiel a su fama de "raro" y a su gusto por desmentirse a sí mismo en cada libro, propone ahora, en La gruta del Toscano, lo que a primera vista sería sólo una buena novela de aventuras. Es cierto que contiene todos los ingredientes: alturas de los Himalayas, hallazgo inquietante en 1922 de una gruta en cuya entrada figura una inscripción en sánscrito que se corresponde con los célebres versos de Dante en la antesala del infierno, sucesión durante décadas de trágicas expediciones a la conquista del fondo del abismo, desaparición inexplicable de toda una compañía de fusileros, un nonagenario sherpa con don casi divino para las lenguas que acompañó desde joven la ambición de los occidentales y que es objeto de una misteriosa entrevista para la BBC, obsesiones personales, maldiciones, accidentes, caídas en desgracia, profecías, delirios, exilios catárticos, mentiras de Estado, la férrea voluntad esclarecedora de un investigador-narrador contemporáneo...Sin embargo, el mérito de Padilla en esta obra no estriba sólo en sacar adelante con buen oficio una laboriosa y ocurrente trama, pues ésta es una novela de aventuras que se permite cuestionar el concepto mismo de aventura y, por extensión, el de heroísmo... El lector puede preguntarse: y si no es sólo un libro de aventuras, ¿de qué quiere ser metáfora? Sin duda, de los males y absurdos de la ambición humana desmedida, del peligro de las "con-
vicciones en lo absoluto" (pág. 32), especialmente las amparadas por los Estados, y hasta de la propia existencia del mal. La nota dominante del libro es la capacidad de "energía suicida" (pág. 123) de los hombres y el "espejismo del riesgo inútil" (pág. 138). Padilla saca a la luz la falsa retórica del heroísmo, las motivaciones ocultas e ideologías que se esconden tras muchos desafíos del ser humano.
El libro tiene la estructura de una investigación sobre lo que ocurrió en los sucesivos intentos de conquistar el abismo y demostrar la existencia física del infierno en la Tierra. Bastaría sin embargo la lectura de la malhadada experiencia del "gordo Gleeson" una noche a bordo de un carguero o las penalidades del alpinista Eneas Molsheim, para dar fe del averno en este mundo. El libro contiene secuencias memorables por las que ya merecía la pena ser leído: como la aparición de Gleeson una noche de lobos en el "tendejón" del sherpa, o la descripción del ataque de malaria del anciano sherpa mientras se afeita la cabeza y ve pasar el largometraje de su vida.
Padilla es ante todo un "contador de historias" -así se define él mismo en las páginas de agradecimientos-. Posee una elegante prosa y el vuelo y capacidad hipnótica de los buenos narradores. Cabe, de hecho, en la novela (a propósito de los hechizantes relatos de Lucas Gleeson) toda una reflexión acerca del poder envolvente, tranquilizador y donador de sentido de las narraciones. Curiosamente, los defectos del libro proceden también de sus virtudes: el gusto por narrar hace que algunos pasajes de la obra se alarguen en exceso y destensen o desinflen el conjunto, como ocurre por momentos en la tercera parte. El tramo final queda sin embargo compensado por el interés de los secretos que se van desvelando y el buen hacer de Padilla.
El diablo y Cervantes
La aparición de La gruta del Toscano coincide con la distribución en España de El diablo y Cervantes (FCE, México, 2005), en el que Padilla, tras descubrirnos que si "las literaturas fuesen países, Satanás tendría ciudadanía española", realiza una relectura de las obras cervantinas "a la luz del tema diabólico". El Quijote, el Licenciado Vidriera o el Persiles son así desmenuzados por el mexicano, que analiza, por ejemplo, la doble calidad del hidalgo "como endemoniano y exorcista" o el papel del demonio en el manteamiento de Sancho.