Image: Cita con Rama

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Ensayo

Cita con Rama

Arthur C. Clarke

1 marzo, 2007 01:00

Arthur C. Clarke. Foto: Neil McAleer

Traducción de Aurora C. Merlo. Edhasa. Barcelona, 2006. 448 páginas, 12’50 euros

Tras la muerte, el pasado año, del polaco Stanislaw Lem, queda sólo Arthur C. Clarke como último superviviente de lo que podría llamarse la Segunda Edad de Oro de la Ciencia-Ficción, ésa que agrupa a escritores tan dispares como Asimov, Bradbury o Philip K. Dick. La comparación con el maestro polaco, sin embargo, no se limita a cuestiones cronológicas, porque de alguna manera Clarke y Lem son diametralmente opuestos. El primero es un místico, un optimista cósmico capaz de afirmar: "hay un mundo en el universo por cada persona que ha habitado la Tierra, hay tantos muertos como estrellas", mientras que el segundo es un pesimista nato, una mente desengañada y solitaria que aboga por un cosmos esencialmente autista.

Alguien señaló que con La guerra de los mundos y Los primeros hombres en la luna, el gran patriarca del género, Herbert George Wells, había tipificado de un plumazo y para siempre las dos situaciones básicas de la ciencia-ficción clásica: la amenaza de una invasión alienígena y la exploración humana de una civilización alienígena. Cita con Rama es un insigne ejemplo del segundo caso y una de las obras maestras de Clarke, donde toda su sólida formación científica se despliega en torno a un argumento simple e inquietante.

Después de que un meteorito aniquile las ciudades de Venecia, Padua y Verona, los científicos de la Tierra se ponen de acuerdo para desarrollar el Proyecto Vigilancia Espacial. Medio siglo después, en el 2130, una sonda espacial detecta la llegada al sistema solar de un enorme intruso. Bautizado como "Rama", el asteroide pronto se revela como un completo misterio, no sólo por sus dimensiones colosales, sino por los perturbadores signos que indican que podría tratarse del primer heraldo de una inteligencia extraterrestre.

Dirigida por el coronel Norton, una misión de militares y científicos se dirige a Rama para intentar atravesar su corteza. En este instante, la erudición y la fantasía de Clarke se alían para poner en pie una formidable estela de prodigios. La descripción de ese mundo desconocido (alojado en el interior de un inmenso cilindro hueco, bañado por un océano helado y misterioso, iluminado por soles artificiales y azotado por tormentas electromagnéticas) tiene el rango de una gran construcción imaginativa, comparable a la travesía abismal de Viaje al centro de la Tierra.

Escrita con el encanto, la claridad y la amenidad típicas de su autor, la narración posee un ritmo fluido y vigoroso que sólo se ralentiza en las descripciones de las maravillas tecnológicas que pueblan Rama. Las intrigas políticas de las distintas colonias terrestres en el sistema solar y las discusiones entre los científicos que aguardan expectantes los resultados de la exploración, son tan apasionantes como la exploración misma.

Por desgracia, al igual que ocurrió con 2001, una odisea del espacio, el éxito de la obra tentó a Clarke a escribir una serie de continuaciones para las que se rodeó de algunos de sus colaboradores y que, desde luego, no están a la altura del original. No hacía ninguna falta proseguir Cita con Rama pero la búsqueda de explicaciones y lecturas místicas es una constante en un escritor que, por ejemplo, se empeñó en hacer una cruzada religiosa de su excelsa colaboración con Kubrick. Cuestiones monetarias aparte, es lógico pensar que la impresionante frase final del libro le diera pie a ello; se trata de un cierre inquietantemente abierto, un acorde tan estremecedor como esas resonancias enigmáticas con las que resuena un piano cuando alguien pulsa al azar unas cuantas teclas. Como Solaris, como Pórtico, como muy pocos clásicos más, Cita con Rama es una de esas raras novelas habitadas por un arcano insondable que, a medida que se desvela, se vuelve más y más oscuro. Quizá porque, como dijo Thoreau, "la necesidad que tenemos de misterio es mayor que la necesidad de una explicación: al mismo tiempo que queremos comprenderlo todo, necesitamos que todo permanezca misterioso e inexplicable".