Ensayo

Carmen Conde. Vida, pasión y verso

José Luis Ferris

18 octubre, 2007 02:00

Carmen Conde. Foto: Ángel Casaña

Temas de hoy. Madrid, 207. 671 páginas, 24 euros

Cuidado, desprevenido lector. Hágase a un lado. Deje paso a José Luis Ferris: un hombre con una misión. Dotado de poderes sobrenaturales, a este (clari)vidente biógrafo le sobreviene "la premonición de que en la vida de Carmen Conde había tantos compartimentos secretos como me empeñara en buscar" (p. 16). Muy esotéricamente, Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada promete "la llave para acceder a la cripta de su espléndida poesía" y al "complejo código de sus prosas" (p. 17). A los versos de la cartagenera se les atribuye "valor premonitorio y profético" (p. 16).

Aclaremos, intrigado lector, que esa arcana Carmen Conde que Ferris nos desvela es, sencillamente, una poeta lesbiana. Pues muy bien. El problema estriba en que, para ilustrarlo, el biógrafo recurre a métodos más propios de guión televisivo que del género que cultiva: enredos rocambolescos -el romance y convivencia de Conde con Amanda Junquera Butler, para desesperación y oprobio del marido de aquélla, el semper fidelis Antonio Oliver Belmás-, cotilleos sobre los famosos -la doble vida de Pablo Neruda como padre de familia y amante de Delia del Carril- o triángulos amorosos -el distanciamiento de Concha Méndez y Consuelo Berges por Manuel Altolaguirre-. Pero la estrella del show es, sin duda, Miguel Hernández en el papel de cabrero rompecorazones.

A tono con lo cual Ferris se inclina por una narración melodramática. De los clichés de la literatura sensiblera no falta ninguno: "Y ocurrió que un aciago día de tormenta, madre e hija se despidieron de sus familiares y zarparon del muelle de Cartagena con la gran incertidumbre de lo que se encontrarían a su llegada y de lo que la vida les podría deparar"(pp. 59-60). Y los tópicos del romanticismo afectado también están todos: "La escritora deja ver con claridad la desesperada lucha que estaba librando con sus propias e íntimas emociones. Hay una voz que clama ofendida, agraviada por el menoscabo que sufre, pero también aparece la Carmen resentida y sañuda que espera el momento de la venganza" (p. 150). ¿Corín? ¿Estás ahí?

Peor aún, de este espíritu empalagoso se contagian datos y hechos: si Carmen Conde niña parece inspirada en la Marisol de Un rayo de luz, Carmen Conde adulta poco tiene que envidiar en compromiso político a Dolores Ibárruri. Pero de esta imaginación desbordada no debe culparse a Ferris, quien se limita a seguir el testimonio de la propia Conde. Y, curiosamente, lo hace a sabiendas de la flagrante parcialidad de la poeta, a la que reprocha una "muy comprensible voluntad de quedar en buen lugar ante la Historia [...] que en ciertos episodios convierte a la protagonista del relato en poco más que una heroína, en una joven de tal pureza moral que no hay modo de hallar la más leve fisura en su comportamiento o en sus acciones" (pp. 412-413). Es en esta actitud crítica ante el personaje donde reside el mérito de Ferris, siempre atento a poner de manifiesto los excesos de la fantasía interesada de Conde. Lástima que esta valiosa aportación quede ensombrecida por anécdotas triviales sobre la burra Polvorilla y la loción capilar de Antonio Oliver.

Así pues, lo que empezó con aires de código Da Vinci queda reducido a arrebato lírico en favor de una lectura sáfica de Carmen Conde. Mucha vida sentimental; escasa vida intelectual. Y, de nuevo, la biografía fracasa en su intento de retratar un yo más allá de sus circunstancias. Y, otra vez, degenera en panegírico. Seguimos esperando a un Francis Bacon de las bellas letras. El de Ferris, un libro idóneo para leer en el metro, como los periódicos gratuitos y la prensa del corazón.