El saqueo de la imaginación
Irene Lozano
3 julio, 2008 02:00Una rápida mirada al índice de la obra permite ver su estructura en tres partes: Quién es qué, Las palabras envenenadas y El saqueo a la imaginación. En la Introducción, la autora sitúa el contenido en contexto cuando afirma que "En la era de la comunicación, cunde la sensación de que todo se hace como es debido y, sin embargo, estamos siendo engañados." Y el engaño proviene de la llamada "comunicación profesional", con sus gabinetes que enmascaran la realidad con palabras que vendan bien y no despierten recelos, para lo que basta con modificarlas. El libro busca las causas de que se esté alterando el léxico político y las consecuencias que ello conlleva no solo para la relación semántica entre palabras, sino para los valores políticos y éticos de la sociedad.
Lo llaman comunicación… pero, en realidad, es propaganda encubierta, y el ejemplo lo descubre en las declaraciones de un alto cargo de Google que recurre a un argot filantrópico que haría creer que su objetivo es hacer felices a los demás en vez de conseguir beneficios. La autora se apoya muchas veces en ejemplos de la política norteamericana, -el proceso que se desencadenó después de los atentados de 2001, la guerra de Irak, Guantánamo, etc.-, pero también lo hace en otros más cercanos a la actualidad española, como la frase de Ana Botella a Pedro Zerolo: "Usted no va con los tiempos", acusación de conservadurismo que en realidad censuraba la renuencia de Zerolo a una posible privatización de la gestión del Samur social. La concejal conservadora vació de su contenido histórico los términos conservador y progresista, como después ha ocurrido con revolucionario y moderno. Irene Lozano achaca estos procesos "a la inestabilidad léxica que afecta a vocablos clave del lenguaje político", porque la confusión semántica viene a ser el reflejo de la crisis de sentido de nuestro tiempo. Por eso, los que antes eran sentidos seguros ahora ya no lo son. Y los sentidos inestables que los sustituyen aparecen en distintas lenguas de países culturalmente cercanos -Europa y Estados Unidos- que experimentan la misma confusión. A partir de aquí, Lozano explica ingeniosamente la evolución histórica de algunas palabras fundamentales en el léxico político, como conservador, progresista, cambio, liberal, libertad, democracia, disidente, antes nítidamente delimitadas y ahora afectadas por la mirada posmoderna neoconservadora que permite que políticos de derechas tilden de "conservadores" a otros de izquierda, dándose la paradoja de que usen como arma arrojadiza contra el contrario un rasgo que antes los definía. Es lo que pasa, afirma Lozano, cuando el status quo se pone en movimiento, porque se han introducido cambios interesados en los conceptos básicos y estos han envenenado las palabras.
Merece la pena seguir a Lozano hasta el final del ensayo, en su recorrido por las circunstancias de otras palabras -algunas tan duras como tortura- que también han sufrido, y reflexionar sobre los estragos que las alteraciones del lenguaje político podrían estar causando en las ideas occidentales.