Conversaciones con Albert Speer
Joachim Fest. Trad. de Marc Jiménez Bruzzi
23 octubre, 2008 02:00Speer, Hitler y Breker en París en 1940. Foto: Archivo.
Albert Speer (1905-1981) es una de las figuras más fascinantes de la cúpula nazi por su inteligencia, cultura, capacidad de trabajo y dotes para la gestión. Esta relevancia se acrecienta con el grado de intimidad personal que mantuvo con Adolf Hitler. Dentro del mediocre círculo próximo al Föhrer, éste lo consideraba casi un igual. El respeto por la arquitectura y la megalomanía constructora del líder nazi contribuyeron a la fulgurante carrera de Speer. De la relación surgieron unas Memorias (Acantilado, 2001) que son imprescindibles para conocer los entresijos y la evolución del régimen hitleriano.Y es en este episodio de las memorias donde interviene un historiador y periodista de la solvencia profesional de Joachim Fest (1926-2006), a quien el director de la editorial Ullstein, Wolf Jobst Siedler, solicitó que colaborara con Speer, una vez terminada su condena en Spandau (1966), para poner orden en el manuscrito y centrarlo en la descripción del funcionamiento del régimen, el ambiente de los círculos de poder y, principalmente, la personalidad del caudillo. Fest desempeñó el papel de "lector interrogador". La colaboración del historiador, que duró meses y que abrió una larga relación, buscaba respuesta a la eterna pregunta de "¿cómo fue posible Hitler y por qué surgió precisamente en Alemania?". Pues bien, las anotaciones de los diálogos de este contacto, prolongado hasta el final de la vida de Speer, conforman el contenido central del libro.
Speer desempeñó un papel crucial en la prolongación de la guerra, una vez que, demostrando sus excepcionales dotes de gestor, se hizo cargo del ministerio de Armamentos (1942). Aun teniendo conciencia que el conflicto estaba perdido, reconoce que lo dilató con el fin de ofrecer una última oportunidad para que Hiltler encontrara una salida. Cuando se percató de que buscaba el hundimiento total, saboteó desde su puesto la política de "tierra quemada" del mandatario nazi, velando por la conservación de las bases industriales e infraestructuras alemanas y de los países ocupados.
En la figura de Speer se contraponen la representación simbólica de la demoledora imagen de un régimen brutal, que funcionaba como una máquina perfectamente engrasada para la lucha despiadada y el exterminio, y la del realismo desengañado de quien ve todo perdido y trata de paliar la matanza y preservar el futuro de Alemania. Ese comportamiento en apariencia incongruente, que casi le cuesta la vida cuando le confiesa todo a Hitler en su última entrevista en abril de 1945, la relación de amistad tan particular con éste y la distancia crítica hacia el sistema y los demás dirigentes, respaldan la significación histórica del personaje. Sobre los hechos y sus recuerdos, la lealtad al caudillo y el grado de conocimiento de los crímenes en masa interrogan Fest y Siedler a Speer, en un impresionante trabajo en el que realizan el retrato caracterológico del hombre, al tiempo que se esfuerzan por autentificar recuerdos, descubrir omisiones y esclarecer verdades parciales.