Image: God & Gun. Apuntes de polemología

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Ensayo

God & Gun. Apuntes de polemología

Rafael Sánchez Ferlosio

23 octubre, 2008 02:00

Rafael Sánchez Ferlosio. Foto: A. Rossi

Destino. Barcelona, 2008. 326 páginas, 19’50 euros.

De Dios y las armas: de esta extraña coyunda, tan aborrecible como persistente a lo largo de los siglos, trata el último libro de Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927). Pero también de las desventuras que sobre la vida arroja la mala sombra de la Historia. En el fondo, un único tema, constante en su obra ensayística. El de los sutiles mecanismos ideológicos por los que el dominio de los poderosos, además de instaurarse fácticamente, se inviste de razones y otorga legitimidad.

La apelación a los dioses ha acompañado desde antiguo a la guerra. Y, desde antiguo, la lucha y la batalla ("pólemos") han sido elementos esenciales de lo histórico. El objetivo de estos "apuntes de polemología" es analizar cómo ha podido ir construyéndose, a partir del nexo entre esas instancias, un concepto de "guerra escatológica" que preside buena parte de los conflictos armados del presente. Para ello, Ferlosio examina una concepción de la Historia que, esbozada por Polibio, tendría su máximo exponente en Hegel. En ella se perdería la vieja distinción planteada por Aristóteles entre discurso histórico y relato de ficción, de tal manera que al aplicar a los hechos, de modo abusivo, las conexiones causales que forjan el hilo argumental de un relato, habría acabado por imponerse un sentido unitario al acontecer humano, anulando su contingencia. En la génesis de esta concepción intervendrían también ciertos rasgos del cristianismo, en particular sus pretensiones de exclusividad y universalidad. La idea de una "única verdad universal" que la humanidad estaría llamada a realizar, justificando así el sacrificio de individuos por la causa del futuro, estaría enlazada a la noción de un "único dios verdadero", siendo este monoteísmo del sentido lo heredado por la filosofía hegeliana de la Historia, en cuanto versión secularizada del culto a una providencia divina. Que Dios sea garante de la victoria de los nuestros podría expresarse, por tanto, en los rancios términos religiosos en que lo hace Bush a propósito de la guerra de Irak, pero también en los términos laicizados en que suele hablarse de "guerra justa", puesto que, en la modernidad, el dios que santifica nuestras causas y demoniza al adversario atiende sobre todo a los nombres de Progreso y Libertad. Ambas, religión e Historia, estarían encubriendo el verdadero fundamento de este derecho, el dominio ejercido de forma violenta.

Con estas tesis, que beben en las fuentes de la teoría crítica frankfurtiana y la sociología de la religión weberiana, Ferlosio reitera su convicción de que la historia es, siempre, historia de los vencedores en un texto cuya aportación más original reside en los análisis de detalle y donde la pulcritud de las disecciones terminológicas, junto a la capacidad para conjugar la categoría y la anécdota, el pulso narrativo y la precisión conceptual, siguen siendo las mejores virtudes del escritor.

Agudizando su crítica, Ferlosio la extiende finalmente al conjunto del mundo actual, lastrado también por una visión economicista, que valora toda actividad humana por su rendimiento productivo. Frente a esta tiranía del sentido, el autor parece apostar por la felicidad de una vida que se siente fin en sí misma y no pregunta por significados ulteriores. En un esclarecedor apéndice acude a la distinción formulada por Walter Benjamin entre los personajes de "carácter", propios de la comedia, con sus acciones gratuitas, libres del énfasis del sentido, y los personajes de "destino", atados a la necesidad de cumplir un papel en el plan general de la obra dramática, para reivindicar la bondad de los primeros. Quizá esos personajes de ficción puedan reposar en la fijeza de un carácter descomprometido de los rígidos nexos de la causalidad histórica. Pero ¿a nosotros nos es dado reposar en ese lugar? ¿Y no tendría también este espacio sin historia su reverso negativo? Para un mundo despojado de los velos y engaños de la representación racional, Schopenhauer imaginó un horizonte vital no muy distinto al de los personajes de la comedia del arte, mas nada halagöeño: al margen de toda escatología, el infierno de la banalidad que se repite sin cesar.