Los libros del Gran Dictador / Libros para el Führer
Timothy W. Ryback / Juan Baráibar
14 mayo, 2010 02:00Adolf Hitler
No sólo leía, sino que era un gran lector, al menos en términos cuantitativos, como ponen de relieve dos hechos, confirmados por múltiples testigos: el primero y más contundente, su extensa biblioteca personal, repartida entre diversas ciudades (Berlín, Múnich y Obersalzberg, su refugio alpino), calculada según Frederick Oeschsner en unos 16.300 volúmenes; en segundo lugar, diversos testimonios nos hablan de Hitler como lector voraz, incluso compulsivo, a razón de un ejemplar por noche. Otra cosa distinta, claro está, es qué leía el Führer y, sobre todo, qué buscaba en los libros. Y nosotros ahora, desde la perspectiva histórica, buscamos en aquellas lecturas algunas claves que nos permitan entender lo inexplicable.
Sin embargo, debe reconocerse de entrada que no podemos reconstruir en puridad la "biblioteca de Hitler" porque el caos de los estertores de la guerra -la acometida de los rusos por un lado, de las tropas aliadas por otro, la propia desbandada alemana y el saqueo desbocado- provocó la destrucción de buena parte de las pertenencias del Führer y la dispersión del resto. Así, lo que hoy se conoce con el abusivo marchamo de "biblioteca de Hitler" no es más que un pequeño lote que pudo salvarse del pillaje sin que pueda garantizarse su coherencia o unidad original. La inmensa mayoría de estos ejemplares proceden de un alijo de tres mil descubiertos en una mina de sal de Berchtesgaden y están conservados en la sección de Rare Books de la Third Reich Collection, en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington. También hay un pequeño número de volúmenes de Hitler en la John Hay Library de la Universidad de Brown, procedentes del búnker berlinés.
En total estamos hablando de poco más de 1.200 libros (1.244 para ser exactos), una pequeña proporción de la biblioteca original del dictador. Pese a tales inconvenientes objetivos, no deja de resultar sorprendente que este material no despertara a lo largo de los años interés alguno en los historiadores. Hubo que esperar a 2001 para que se publicara el primer catálogo sistemático, convenientemente anotado, de esa colección: un grueso volumen de Philipp Gassert y Daniel Mattern con el título -inevitable pero inexacto- de The Hitler Library. Esta fundamental compilación ha servido de guía primero a Ryback -cuyo libro en su edición original es dos años anterior al de Baráibar- y luego a éste. La coincidencia temática y de fuentes no se extiende a otras vertientes de la investigación. Puede afirmarse que estamos ante obras complementarias pero claramente distintas en cuanto a sus objetivos.
El ensayo de Ryback -¡cuidado con el error que reduce (p. 13) a "1.600 volúmenes" la biblioteca original del dictador!- aspira a fijar según un orden cronológico las lecturas que "moldearon la vida y la ideología de Adolf Hitler". Empieza con una guía de Berlín que adquirió en 1915, estando en el frente en la Primera Guerra Mundial; sigue con el Peer Gynt de Ibsen en la edición de Dietrich Eckart, con reveladora dedicatoria de éste; se detiene inevitablemente en los ejemplares que se conservan del Mein Kampf porque, como decía W. Benjamin, "de todos los modos de procurarse libros, el más glorioso es escribirlos uno mismo"; analiza luego una traducción alemana de 1925 de La muerte de la gran raza, una obra racista de Madison Grant que tuvo gran influencia en el dirigente nazi; se ocupa después Ryback de los libros que le regaló el editor Lehmann, esenciales para la forja de una cosmovisión nacionalsocialista, con especial atención a los Ensayos alemanes de Paul Lagarde; paradójicamente, Hitler detestaba el famoso mito del siglo XX de Rosenberg, la Biblia nazi, entre otras cosas porque prefería lecturas más ligeras y concretas, desde los clásicos militares a las novelitas del Oeste de Karl May; y, en fin, el recorrido culmina con la última lectura de Hitler, ya atrincherado en el refugio berlinés: la biografía que escribió Thomas Carlyle de Federico el Grande, personaje con el que Hitler quería identificarse y, por ello, según Ryback, "el" libro que Hitler hubiera elegido para llevarse a su isla desierta (¿y qué otra cosa fue su búnker?).
Otro el propósito del ensayo de Baráibar. El largo subtítulo nos pone en la pista: "Auge y decadencia del nazismo a través de los títulos y las dedicatorias de la biblioteca de Hitler". Es decir, aquí no se trata tanto de escudriñar las lecturas del dictador y estudiar cómo conformaron su ideología sino de seguir el rastro del millar de volúmenes que los alemanes y algunos extranjeros regalaron al dictador, analizar las dedicatorias, establecer el contexto histórico y cultural y, a partir de todo ello, trazar una "panorámica intelectual y emocional" del nacionalsocialismo. Para ello Baráibar hace un recorrido estrictamente cronológico y lo completa con un planteamiento temático (irracionalismo, ocultismo, revolución conservadora, antisemitismo). Sus conclusiones, pese a las diferencias de método y fines con Ryback, son similares o complementarias: aunque aquí Hitler aparece retratado de manera indirecta, vemos también un personaje y una ideología caracterizados por la megalomanía, el resentimiento, la irracionalidad, el maniqueísmo y los prejuicios raciales. La biblioteca original de Hitler estaba dominada por obras militares; lo que ha quedado no pasa de ser, en palabras de Baráibar, una biblioteca "muy normal", entendiendo por ello que esta colección de libros es la propia de cualquier militante nazi del montón, con escasez de clásicos y muchas obras comerciales y divulgativas.
Aunque se hubiera conservado la biblioteca original, siempre nos quedaría la duda de qué libros leyó realmente el Führer y, de éstos, cuántos y cuáles le marcaron realmente. Suele decirse que una biblioteca retrata a su propietario, pero esta afirmación no llega a iluminar todos los pliegues del ser humano. Menos aún en el caso de Hitler que, al parecer, admiraba a Cervantes y Shakespeare, del mismo modo que disfrutaba con Robinson, Gulliver o La cabaña del tío Tom. Junto a estos autores y obras, sin embargo, también tenía en gran estima El judío internacional, el tratado antisemita de Henry Ford. Poseía también un manual de 1931 sobre el uso y propiedades de los gases venenosos, uno de cuyos capítulos estaba dedicado al asfixiante que sería comercializado como Zyklon B, que sirvió para perpetrar la mayor matanza en serie de seres humanos conocida hasta entonces.