A pesar de su tremenda popularidad en vida, Jacques Yonnet (1915-74) es hoy un perfecto desconocido para el público español aunque de esta recién publicada e inédita hasta hoy en castellano
Calle de los Maleficios decía, un poco excesivamente (como casi todo), Queneau que era "el mejor libro que jamás se había escrito sobre París". Como una carta de presentación semejante no suele verse con frecuencia, lo más probable es que el lector abra el libro con un buen número de suculentas expectativas.
Calle de los Maleficios resulta ser tan decepcionante como extraordinaria. Estilísticamente Yonnet es un escritor solvente y discreto en la descripción de ese París céntrico y, a la vez, suburbial de la
rive gauche y un observador interesado de la excéntrica tipología humana. De inmediato uno contempla el desfile de lo que sabía que iba a ver: bohemios, criminales, traperos, alcohólicos, disidentes políticos de la resistencia, artistas, y lo hace con esa extraña mezcla de consabida película y fascinación perpetua. Tal vez el defecto más irritante de Yonnet como escritor sea esa querencia un tanto infantil del desear epatar a toda costa describiendo, con un tono de desencanto facilón, las miserias ya a estas alturas no tan miserables (ni tan novedosas) de la condición humana, como si tratara de escandalizar a una anciana señora burguesa de los Campos Elíseos. Esa constante de haber equivocado el interlocutor campea las generosas 300 páginas del libro que muy bien podrían haber sido menos sin que restara ninguno de sus méritos. Que son muchos también.
Calle de los Maleficios es también un documento histórico, un retrato de París bajo la ocupación nazi. El activo participante en la resistencia parisina vive, en realidad, dos ciudades: la visible y la subterránea, la humillada y la combativa. El relato de las pequeñas euforias y desencantos del combatiente es también de una precisión envidiable. De la pluma de Yonnet salen escenas de altura, como el del contraste entre un viaje a Londres y el regreso a París, tan cercano, y a la vez, tan subsumido en su catástrofe. Yonnet es, trasladando las distancias, lo que fue Doisneau para la fotografía, un autor de segunda fila, pero transido por emocionantes momentos de gracia.