Günter Grass. Foto: Ángel Casaña

Traducción de Carlos Fortea. Alfaguara. 257 pp., 19'50 e.



"Dudo si a lo largo de los próximos meses lograré concentrarme en el manuscrito Malos presagios, la política levanta olas demasiado altas". Esta frase que Gunter Grass (Danzig, 1927) escribe en agosto de 1990 resume los vectores que tensan las páginas de este diario. El escritor lo había comenzado en enero en el Algarve y lo prolongará hasta febrero de 1991, de regreso otra vez de Faro a Hamburgo. Asombra la copia de aconteceres, asuntos, motivos y referencias que asoman aquí. Grass da cuenta de viajes, reseña intimidades que van de la jardinería o la cocina a una intervención quirúrgica; sabemos también de los avatares de su abigarrada familia, no es ajeno tampoco el Nobel a acontecimientos deportivos como el europeo de fútbol, y a crisis internacionales como la de Irak y el Golfo; y su doble vocación de escritor y de dibujante se ve reflejada en las viñetas, en las valoraciones que hace de Philip Roth, Amoz Oz, Gottfried Keller, Matsumoto o Rushdie, en la intercalación de algún poema y en la noticia de actividades como la lectura pública de "Los plebeyos ensayan la rebelión".



De todos modos, la parte del león corresponde al tsunami que la caída del muro de Berlín desató con la firma del tratado de la unión monetaria como paso previo al "Día de la Unidad Alemana". Cuando Grass abandona su retiro portugués trae consigo el discurso "Escribir después de Auschwitz", que lee en Frankfurt. Su tesis apunta al peligro de un renacido nacionalismo alemán que derive en un nuevo sueño hegemónico. A partir de entonces, no dejará de viajar por todo el país, multiplicándose en escritos, entrevistas y declaraciones. Tan solo parece aceptar, como mal menor, una confederación entre los dos Estados, y en su postura hay un rechazo a la "deificación del marco alemán" y, por ende, del sistema capitalista que dejará a la RDA sometida a un "dominio colonial". Tal es su implicación en esta tesis que arrostrará los riesgos de un "discurso del renegado" por el que en un tren alguien le grita "traidor a la patria", y Grass piense en renunciar a su pasaporte para hacerse "gitano, europeo o apátrida".



Pero no menos importancia tiene este libro para reconstruir el proceso creativo de Unkenrufe, publicada en 1992. Vemos aquí nacer estos Malos presagios que el escritor concibe como una parábola o esperpento de lo que está sucediendo, a modo de una traducción imaginativa, en las fronteras de la inverosimilitud, del proceso político de la unificación alemana y su repercusión en la vecina Polonia, donde él mismo naciera como miembro de la minoría cachuba. Este diario incluye así todos los elementos que le permiten al autor construir un argumento tan peregrino como revelador, y su peregrinaje para localizar los escenarios, especialmente cementerios. Pero están incluidas también interesantísimas disquisiciones formales, pues Grass solo puede ponerse a escribir cuando consigue definir la "idea que determine el punto de vista del narrador".



En todo caso, él sigue fiel a su compromiso con una literatura que no se entregue definitivamente al pensamiento débil. No es un pensador, sino fundamentalmente un artista plástico, un poeta y un narrador, y por ello le asiste la prerrogativa de la arbitrariedad, condición privilegiada para llegar a ser, como Grass lo es, un gran polemista. En este diario, ante la nueva cuestión alemana planteada por la unificación, su fidelidad al SPD no le impide sentirse inseguro ante la posición de Willy Brandt. Schmidt, por su parte, "lo mide todo por su ego" y su "pragmatismo elevado a ideología" ha dejado desarmada la socialdemocracia. Pero no mejor parados salen otros líderes como Mitterand o Havel. Cuando lo visita en Praga, le decepciona la conversación porque el dramaturgo checo "ya forma parte de los políticos, que escuchan mal". Y meses más tarde, con motivo de una reunión del Comité para el Nobel de la Paz, le inquieta ver "cómo Václav Havel se integra cada vez más en el circo presidencial".



Mas la bestia negra es el canciller federal. En él encarna la demagogia del capitalismo, que vende a los alemanes orientales el caramelo de que la unidad representaba tanto como su bienestar. Sumido ya en la depresión de una derrota muy dolorosa, Gunter Grass llegará a escribir el 3 de octubre: "¡Todo le sale bien a Kohl! Incuso hay luna llena el Día de la Unidad Alemana".