Joaquín Álvarez Barrientos. Foto: Alberto Cuéllar



El mundo del hispanismo es el de los extranjeros -o el de los españoles alejados de su tierra nata- que se interesan por la cultura española y, muy especialmente, por su literatura y su historia. Es un mundo que tiene sus raíces en los curiosos impertinentes ingleses del siglo XVIII, de los que nos hablara Robertson, o en los viajeros que visitaron España en el siglo XIX, a la búsqueda de un mundo "pintoresco", que era un adjetivo muy frecuente en las descripciones de España de aquella época. Recuérdese el título del libro de David Roberts, de 1837.



Para entonces el interés por España comenzaba a ganar los medios académicos que veían en la cultura y el pasado español un modelo sugerente y atractivo. Richard Kagan ha hablado del paradigma de Prescott para explicar la fascinación de aquel historiador -y de otros colegas suyos del entorno de la Universidad de Harvard- por el pasado español. Aquellos historiadores se preguntaban si el declive del Imperio español encerraba alguna lección para la joven democracia americana.La mirada de aquellos estudiosos hacia la cultura española podía ser benévola (hispanófilos) o distante (hispanólogos). Es una distinción que había hecho Rafael Altamira en 1896, cuando ya Alfred Morel-Fatio había puesto en circulación el término "hispanista", que acabaría imponiéndose. El diccionario de la Real Academia no recogería esa acepción hasta 1936.



Bien es verdad que la misma idea de hispanismo parecía apuntar a una España lejana, no tanto en lo geográfico, como por su alejamiento de la cultura europea. La necesidad de superar ese alejamiento habría sido uno de los argumentos recurrentes de los reformistas españoles de los dos últimos siglos (Giner, Ortega, Cajal, Marañón) y volvería a acentuarse con el trauma de nuestra guerra civil. Es entonces cuando aparecen los autores de los diversos capítulos de este libro, convocados con gran acierto por Joaquín Álvarez Barrientos.



En ellos se entrecruzan curiosísimas imágenes -como un Nigel Glendinning entre los niños cantores de la catedral de San Pablo de Londres, o un Carlos Blanco Aguinaga convertido en marinero mercante -pero, sobre todo, surge con enorme viveza la España de los años recios del franquismo, con todos sus contrastes. Una España atrasada frente a los países de su entorno, pero también ansiosa de vivir, como se podía apreciar en la vida nocturna madrileña que Hans-Joachim Lope describe con palabras de Rafael Chirbes.



Los estrenos de teatro (Buero Vallejo, Calvo Sotelo) o la vida literaria madrileña de la que nos hablan muchos ellos, como Edward Baker o Russel P. Sebold, están muy presentes en estas páginas. Un mundo en el que algunos de estos hispanistas (Jean Canavaggio) subrayan el buen entendimiento que encontraron en centros españoles, como la cátedra Feijóo de Oviedo, o en eruditos como Antonio Rodríguez Moñino Un carácter muy diferente -y que exige una cita especial- es el capítulo que Antonio Morales Moya dedica a la aportación historiográfica de estos hispanistas. Por una parte, el reconocimiento de la aportación del hispanismo y, por otro, su presencia en el gran debate actual sobre la identidad nacional española son el objeto de esta excelente reflexión. El volumen cuenta con unas excelentes bio-bibliografías de los diferentes autores pero es una pena que no traiga un índice onomástico que habría dado mucha más coherencia a los capítulos y, muy probablemente, habría alumbrado relaciones sorprendentes.



El término hispanista ha perdido mucho de su atractivo y, como ha sugerido un estudioso francés, tal vez haya llegado el momento de que los hispanistas abdiquen del papel protagonista que tuvieron en una época, para convertirse en simples colaboradores a la mucha y buena investigación que hoy se hace en España. De hecho un gran estudioso de la Monarquía española como es John Elliott denunció el parroquialismo de cierto hispanismo en un sonado discurso que pronunció en 1995 ante la Asociación de Hispanistas USA y, más recientemente, Raymond Carr le decía a Santos Juliá que odiaba el término hispanista. Quizás el momento actual del hispanismo ha alcanzado su punto de inflexión pero a nadie se le puede escapar el enorme servicio que el gran ejército de los hispanistas ha rendido al conocimiento del pasado español.



En cualquier caso, la oportunidad que nos brindan estos estudiosos para asomarnos a sus vidas y sus trabajos proporciona al lector un recorrido apasionante por los caminos de la cultura española de los últimos setenta años.