Exterior de la casa de Valencia donde un perturbado mató a su madre en 2008.

Gedisa. Barcelona, 2011. 263 páginas, 19'90 euros



Cada vez es más patente que los jóvenes que cometen delitos son violentos tanto dentro como fuera de su casa. El sistema de justicia juvenil está registrando un incremento de la agresividad en el entorno familiar. Chicos y chicas que la emprenden a patadas con las puertas de las habitaciones o de los armarios o que rompen distintos elementos del mobiliario casero. Adolescentes que crean un clima de malestar y desespero en sus familias e incluso llegan a agredir a sus progenitores. Un hecho que la Fiscalía General del Estado califica en sus informes como algo todavía minoritario pero con un crecimiento alarmante. En la base de estos jóvenes con problemas que no aceptan que se les lleve la contraria cuando están en sus casas, y que no dudan en utilizar la coacción física para conseguir sus objetivos, se incuentra un amplio registro de motivos derivados del propio devenir de la historia. Sin embargo, la apatía y la necesidad de dinero conforman un horizonte común.



Un reciente estudio del Instituto de la Juventud (injuve) señala que en el ámbito juvenil (los comprendidos entre los dieciséis y diecinueve años) existe un colectivo "ni-ni" compuesto por 136.696 miembros. Para los autores del informe, "ni-ni" es todo aquel que ni estudia, ni trabaja, ni lo intenta. Todo ello sin sufrir ninguna incapacidad por enfermedad y sin estar sometido a cargas familiares que les absorban su tiempo. Es evidente que el hogar es el espacio en el que se evidencian las frustraciones y la falta de actlvidad. Falta de motivación, falta de dinero y, en definitiva, situación conflictiva. De este modo, el fracaso personal se deriva con facilidad a unos padres que, con demasiada frecuencia, les han dejado hacer todo lo que querían.



Violencia invertida, cuyo subtítulo es Cuando los hijos pegan a sus padres, responde a la preocupación de la Junta de Extremadura por indagar en un problema social que en Cáceres y Badajoz, al igual que en el resto de España, se hace cada vez más patente, ocupando titulares de periódicos con noticias espeluznantes tras las que se esconden a menudo años de violencia, silencio y terror.



Las autoridades extremeñas encargaron a dos profesores de la Universidad de Extremadura y una investigadora de la Universidad de Salamanca un estudio destinado a esclarecer las causas del aumento de la violencia doméstica ejercida por hijos que pegan a sus padres y que se encuentran tutelados en entornos regidos por dicha administración autonómica.



Advierten los autores en el inicio de su volumen que estamos todavía ante un hecho minoritario. Cierto, sin duda, sobre todo porque la muestra sobre la que trabajan está compuesta por adolescentes que ya están dentro del sistema de justicia juvenil. Cierto también porque, como sucede con los "ni-nis", su reflejo estadístico es muy reducido. Para los autores del citado informe del injuve se trata del 1,73% del total de la población española comprendida entre los dieciséis y veintinueve años.



Sin alarmismos pero sin perder de vista los hechos, conviene recordar que la sociedad actual, cada vez más desregularizada y hedonista, conforma un excelente caldo de cultivo para la construcción social y familiar del niño caprichoso y maleducado. Como leemos en estas páginas, con el paso de los años, el infante incómodo que ha ganado fuerza física se puede transformar en un adolescente tiránico y brutal. De ahí es de donde puede surgir el joven agresor capaz de romper una de las prohibiciones sociales más estrictas: no maltratar a quienes te han dado la vida, te han criado, querido y amparado.



La óptica con la que se ha puesto a trabajar este equipo de investigación tiene un carácter antropológico y psicosocial. Su bagaje teórico se muestra seducido por el análisis que Aldo Naouri realizara en Padres primitivos, hijos tiranos (Ediciones B, 2005). Desde ese marco referencial han emprendido una larga serie de entrevistas tanto a jóvenes como a sus padres. Los testimonios personales y los textos completos están a disposición del lector en la página www.gedisa.com. A partir de la muestra estudiada y el horizonte teórico de estos profesores, se ha ido hilando un texto de una gran fuerza. El lector contempla la transformación del niño-rey en joven agresor. Y, al mismo tiempo, contempla cómo la madre o el padre se ven obligados a reconocer el fracaso de su rol. Para algunos padres, la necesidad de denunciar al propio hijo y desencadenar su internamiento en un centro tutelado conforma un fracaso educativo y familiar de enormes consecuencias. Los hijos tiranos, y su extremo, los hijos violentos e incluso torturadores y asesinos que vemos en estas páginas, no son un producto de la pobreza. No proceden únicamente de familias desestructuradas o carentes de recursos económicos. Tampoco el maltratador pertenece en exclusiva al género masculino. Las chicas son igualmente capaces de agredir.



Dado el carácter eminentemente descriptivo de la investigación, los autores de Violencia invertida se muestran extremadamente cautos a la hora de establecer relaciones de causa-efecto. Se hace necesario, como señalan, un trabajo de mayor amplitud. No obstante, con todo género de cautelas, señalan que el común denominador de los casos analizados es un exceso de permisividad en la educación familiar. Para los investigadores existe también una relación de fondo que vincula la cultura actual, sus formas de entender la vida y sus valores, con la aparición de los niños emperadores que acaban por maltratar a sus padres.



En este panorama del oprobio familiar -que, insistamos, no por estar referido a un ámbito reducido pierde interés- destacan los casos protagonizados por los hijos adoptados. Los autores señalan, coincidiendo con otros estudios, que los chicos adoptados están sobrerepresentados. Dicho de otro modo, que la prevalencia de sus actos violentos, de su falta de adaptación a la sociedad y a su familia adoptiva está muy por encima de los valores medios. Adentrarse en la lectura de estos casos reviste un especial dramatismo. Resulta desconsolador que la voluntad altruista de padres no biológicos reciba como recompensa una mayor carga de maltrato y violencia.



Quizá lo mejor de Violencia invertida -cuya lectura puede verse completada con la de Hijos tiranos, de Vicente Garrido (Ariel, 2011); Violencia en la familia, de Alicia Rodríguez Núñez (Dyckinson, 2010); La familia en desorden , de Elisabeth Roudinesco (Anagrama, 2004) o Maltrato y abuso en el ámbito familiar, de Jorge Corsi (Paidós, 2003)- es que se trata de una de las primeras investigaciones españolas sobre la violencia de los hijos contra los padres, uno de los aspectos ocultos de un tema que acumula una bibliografía abundantísima: el de la violencia en el ámbito familiar.



Los autores de este libro concentran su foco en un aspecto poco estudiado, y nos descubren cómo, por desgracia, Edipo, atroz asesino de su padre, que Sófocles enseñara al mundo, no ha perdido su vigencia.