Traduc. de Florencia Ferre. Pre-Textos. 144 pp., 15 e.

Tal vez los únicos viajes que interese contar, los únicos que de verdad cuenten, sean siempre sentimentales. El viaje a Berlín de Steger (1977), un autor totalmente desconocido en España cuya presencia tenemos que agradecer al ojo clínico, siempre fino y acertado de esta colección de viajes de Pre-Textos, es un viaje sentimental e inmóvil, lírico y distante a la vez. En las 30 piezas breves con las que Steger va describiendo la ciudad, a veces relatos, otras piezas costumbristas, otras casi cercanas al diario, la presencia del autor se disuelve en una especie de sombra neutra y extranjera que habita la ciudad de Berlín. Tal vez la ciudad misma imponga ese carácter, tal vez Steger haya considerado que la mejor manera de describir Berlín sea evitarse a sí mismo como protagonista, pero filtrar todo lo que observa a través de su sentimentalidad, el caso es que el texto es, al noventa por ciento, totalmente convincente, menos cuando resbala hacia un tono más explicativo y periodístico.



Este Berlín, que podría leerse como un suplemento sentimental de una guía durante un viaje a la ciudad, es un inventario de escenas, pero también un ensayo sobre dos puntos que parecen converger en casi todos los capítulos y que dan coherencia al texto: la reflexión sobre la experiencia de la extranjería (y de serlo, además, en la ciudad más extranjera del mundo, esa ciudad doble y extranjera casi hasta para sí misma) y la conciencia del espacio berlinés como una ciudad-grieta. "Berlín es un monstruo" y "Berlín es la ciudad más maravillosa del mundo" no le parecen a Steger frases contradictorias, sino más bien extrañamente complementarias. Steger alterna textos más líricos con otra mirada compasiva, alegre (y a ratos hasta atemorizada) a los berlineses y muchos de sus mejores textos de este libro salen precisamente de ahí. La mirada de Steger es la del extranjero y el vagabundo y con frecuencia recae sobre los más desamparados, pero con un timbre que no es ni complaciente ni compasivo, sino sencillamente amistoso.



Es también una mirada culta y no tardan en hacer aparición las referencias de la vida literaria de la ciudad; desde Brecht hasta Ingeborg Bachmann, Walter Benjamin o Rilke, pero bien aderezados aquí con "dragones y travestis", el autor es proclive a jugar con el lector reservándose, sólo para sí, el destino de la narración y evita el que habría sido el peligro más claro de este libro; el de haber caído en una sencilla sucesión de "estampas berlinesas". Uno tiene, finalmente la sensación de haber conocido algo más. "El extrañamiento no se alcanza al llegar a una ciudad extranjera, sino más bien cuando se vuelve por primera vez a casa. Entre aquel que sigue sintiéndose en su hogar y el lugar que entretanto ha dejado de ser para él la casa se ha interpuesto una delgada lente". La lente, para suerte del lector, es la mirada de Steger.