Tomás Alcoverro. Foto: Domènec Umbert
Alcoverro, corresponsal de La Vanguardia desde 1970, es una excepción que confirma la regla, rota levemente por otras excepciones como Blasco Ibáñez, Juan Goytisolo, Antonio Gala, Rosa Regás, G. Miró, T. Moix y el gran poeta y cónsul Josep Carner, "uno de los prosistas más elegantes del moderno renacimiento literario en Cataluña".
Desde su balcón del viejo edificio Saad (hoy conocido como Mastercard), junto al hotel Commodore de Beirut, que no abandonó ni en los años de la guerra civil y que da título al libro, el autor ha visto pasar -vencedores y derrotados- en los últimos 35 años a los fedayines de Arafat, a los milicianos sunís, chiís y cristianos libaneses, a los soldados sirios, a secuestradores y secuestrados, a cascos azules y a los mejores corresponsales en Oriente Medio.
En las 46 crónicas recuperadas sobre el inefable Líbano (un tercio del texto), publicadas entre 2005 y 2011, redescubrimos las raíces de Carlos Slim y del mito de Adonis; el sueño del palacio que el doctor Serhal quiso construir evocando la Alhambra; las ruinas de Caná, donde dicen que Jesús hizo su primer milagro; los refugios de todos los señores de la guerra (Gemayel, Geagea, Aoun, Frangie, Chamoun, Jumblatt, Berri y Hariri); el bar de los espías del hotel Saint George, tan querido de Kim Philby; al gran cineasta Chahine y al no menos gran pintor El Bacha; el aún ocupado Golán y las todavía disputadas granjas de Chebaa.
El libro arranca en otro balcón, sobre el Nilo, viendo pasar a los manifestantes camino de la plaza cairota de Tahrir y con una breve incursión en "el cosmos en miniatura" que es Bahréin, cuyos propietarios han aprendido poco del misterioso árbol de la vida que se yergue en medio de la nada en el centro de la isla. Para explicar las revueltas de los últimos meses en los dos países y la realidad del resto de la región (el Irak desnortado, la Siria ensimismada y el Irán perdido), Alcoverro, en la mejor tradición de los grandes corresponsales, echa mano de la historia, de la literatura y del arte, humaniza cada relato y deja que hablen las personas, el paisaje y sus monumentos. Se retrotrae al golpe de 1952 y desde la mezquita cairota de Al Rifai, donde está enterrado el Sha de Irán, recuerda el final de otro tirano que se creyó inmortal. En la rebelión de las Pirámides de 1986 Mubarak tenía precedentes para anticipar lo ocurrido, pero lo olvidó pronto.
¿Qué quedará del espíritu de estas revoluciones? "La mayoría de los egipcios sigue comportándose como si, con la caída de Mubarak, hubiesen conseguido sus objetivos, sin percatarse de la incierta etapa política en la que han sido precipitados", responde el autor. (p. 33)
Desde la envejecida revolución iraní y la kafkiana Teherán, tomando notas a su 71 años a pie de calle entre los manifestantes de 2009, descubre el maestro de periodistas todos los ingredientes que han llenado las calles árabes en los últimos meses de esperanza y en algunos casos de sangre en defensa de la dignidad y de la libertad.