Cartel publicitario de Fort Apache

Notorious/Nikel Odeón. 2011. Madrid. 213 pp. 15'95 e.

Entre 1948 y 1950, John Ford rodó Fort Apache, La legión invencible y Río Grande. El prolífico director filmó en ese tiempo tres películas más, pero las citadas -y dentro de su amplia y magistral dedicación al western- han adquirido una identidad propia al ser agrupadas por la crítica bajo el rótulo de "Trilogía de la Caballería", pues están dedicadas a las actividades de ese cuerpo del ejército de los Estados Unidos en el último tercio del XIX, lo que las dota de unas características comunes, refrendadas por múltiples ingredientes de estilo y producción compartidos.



Con su socio Merian C. Cooper -creador de King Kong- y para su productora independiente Argosy, John Ford dirigió en su mítico escenario de Monument Valley esas tres películas de fuerte vocación historicista y pulsión por la leyenda, basadas en relatos de James Warner Bellah -sobre episodios reales o susceptibles de serlo, y siempre con observaciones realistas- e inspiradas en su planteamiento visual en pintores como Charles Schreyvogel y, sobre todo, Frederic Remington.



Fueron películas rodadas con presupuestos austeros, en poco tiempo (seis-siete semanas) y con la proverbial frugalidad de tomas de John Ford. John Wayne estuvo en las tres, si bien el protagonista de Fort Apache fue Henry Fonda.



Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) ha sabido encontrar en esta trilogía fordiana un corpus compacto, dotado de personalidad y de cohesión interna para elaborar un excelente ensayo, acorde -como explica en el prólogo- con su propia memoria y experiencia cinéfila de joven espectador de películas y joven lector de novelas del Oeste. Torres-Dulce (Armas, mujeres y relojes suizos) es un crítico de entraña cinéfila, pero, una vez más, demuestra que tal condición no se sustancia, en su caso, en un mero ejercicio de nostalgia o de evocación idealista, sino que se despliega bajo otros, al menos, tres requisitos combinados: la investigación prolija de datos y referencias de toda índole, el análisis tanto del discurso visual como del ideológico -y de su imbricación- y la escritura que, finalmente, congrega elementos críticos, periodísticos e historiográficos con una prosa de calidad que propicia una lectura altamente satisfactoria desde un punto de vista exclusivamente literario.



Torres-Dulce suele exhibir una mirada humanista, atenta a los valores conservadores-liberales susceptibles de poder ser aceptados universalmente, que, naturalmente, encuentran en el cine de Ford y en estas tres complejas -más de lo que parecen- películas un objeto de reflexión muy propicio: personajes con conflictos morales importantes, ideas en liza con la propia conciencia y con las ideas de los otros, un material que Torres-Dulce desgrana con detalle, revelando con minuciosidad cómo el cine de Ford -que el gran público consume por sus tramas o por su acción- estaba fundado en personajes interiormente desgarrados y en pugna -entre aciertos y errores- con sus convicciones y sentimientos.



Jinetes en el cielo parece tomar su título de una inolvidable canción country de Stan Jones (Riders in the sky), versionada en su día, entre otros, por Bing Crosby y Raphael. El libro se estructura en tres partes correspondientes a cada una de las tres películas en orden cronológico, pero lo interesante es cómo cada parte se desglosa en muy legibles fragmentos de corta duración que acaban componiendo una especie de gran puzzle. Es preciso destacar la muy buena edición gráfica, con aportaciones de las portadas y de las páginas de las revistas en las que James Warner Bellah -gran coprotagonista del libro- publicó sus relatos, así como con imágenes de las películas, glosadas con oportunidad e intención esclarecedoras en los pies de fotos.