CSIC-CajaSur. 2011. 510 páginas, 22'90 euros

El clero era uno de los tres estamentos en que se dividía la sociedad del Antiguo Régimen, cuya diferencia esencial con la contemporánea consistía en la desigualdad legal de sus miembros. Por un lado se hallaban los privilegiados: nobleza y clero, y por otro el resto, el mayoritario estado llano al que pertenecía la gente común. Ésta era la división social básica, aunque la realidad resultaba mucho más compleja y admitía grandes diferencias en el seno de los tres sectores aludidos.



Pues bien, lo que Maximiliano Barrio (1944) nos ofrece es un análisis muy completo de uno de tales grupos, el de las gentes vinculadas por algún tipo de orden sagrada o voto a la Iglesia, una tarea compleja, al tratarse de una parte tan importante de la sociedad española durante toda la Edad Moderna, algo que nadie se había planteado de una forma tan ambiciosa desde los estudios clásicos del maestro Domínguez Ortiz, a comienzos de los años 70. El resultado, sin embargo, es excelente, y aporta una nueva visión del estamento en su conjunto, que se hace eco de los muchos estudios e investigaciones realizadas desde entonces, ofreciéndonos una visión mucho más actual. Se trata además de un estudio mesurado, cosa no siempre fácil cuando se analiza un sector social susceptible de provocar tanto entusiasmos justificadores como ataques y descalificaciones genéricas.



A Barrio no le duelen prendas a la hora de señalar los frecuentes abusos y desviaciones, pero intenta siempre precisar su auténtica dimensión y no se olvida de los aspectos positivos. Su estudio analiza la organización de la Iglesia en la España Moderna y se plantea la difícil cuestión de definir los confusos límites del estamento, problema importante para cuantificar el número de sus miembros y su evolución. Se ocupa después de las rentas del clero y del sistema beneficial, para centrarse luego en los dos grandes grupos de eclesiásticos: los seculares (clero parroquial, clero capitular y obispos) y los regulares (miembros de órdenes religiosas, hombres y mujeres).



Yo destacaría tres aspectos fundamentales. En primer lugar, la capacidad para poner orden y explicar la complejidad del variopinto mundo eclesiástico. El segundo es el completo análisis del amplio y variado sistema de los beneficios, en virtud del cual numerosas personas e intereses privados controlaban una parte importante del clero secular, dificultando de forma considerable la aplicación de normas y la disciplina en la línea marcada por Trento (no deja de ser curioso que uno de los mayores obstáculos fuera la intervención del papado en el nombramiento de numerosos beneficios). El tercero, y en relación con este último aspecto, la visión positiva del regalismo dieciochesco que, al debilitar la intervención de Roma, facilitó la reforma y mejora del clero.