Image: Lágrimas socialdemócratas. El desparrame sentimental del zapaterismo

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Ensayo

Lágrimas socialdemócratas. El desparrame sentimental del zapaterismo

Santiago González

11 noviembre, 2011 01:00

José Luis Rodríguez Zapatero. Foto: Antonio Heredia

La Esfera. Madrid, 2011. 400 páginas, 21 euros

Cuando los años de gobierno de José Luis Rodríguez llegan a su melancólico final, no está de más reflexionar un poco sobre los rasgos que caracterizan la mentalidad de nuestro todavía presidente y de todo ese mundo político y cultural que quizá sea exagerado llamar zapaterismo, pero que sin duda presenta ciertos rasgos peculiares. Santiago González lo hace en un libro inteligente y divertido, en el que la ironía prima sobre la invectiva y en sus mejores momentos llega a la altura de sus admirados Woody Allen y Monty Python. Ejemplo de ello es esta frase apócrifa que pone en boca de Eduardo Haro Tecglen: "Es verdad, colaboré con el franquismo, pero tienen que saber que todos mis orgasmos eran fingidos". Es un libro que gustará sobre todo a los lectores de derechas, pero cuya lectura es más recomendable para los de izquierdas, pues nada es más saludable que reírse de las incongruencias de los tuyos.

A propósito de las identidades diferenciadas de la izquierda y la derecha a estas alturas de la historia debo confesar que me pasa lo que al gallego del dicho con las meigas: no creo en ellas, pero haberlas haylas. Es más, su existencia resulta utilísima porque permite, por ejemplo, deducir lo que alguien piensa de los transgénicos a partir de lo que piensa sobre Israel, pues tanto las gentes de izquierdas como las de derechas parten de unos prejuicios que les permiten tomar postura ante temas complejos de los que saben muy poco.

Lagrimas socialdemócratas representa una denuncia de algunos aspectos de la mentalidad dominante hoy en el PSOE y en su entorno cultural, que se prestan a un tratamiento humorístico aunque reflejen problemas serios. En algún caso, la admiración por los Monty Python lleva a Santiago González demasiado lejos. La escena de La vida de Bryan en que un militante masculino del Frente Popular de Judea, una delirante copia de los grupúsculos izquierdistas de los 70, decide reivindicar su derecho a parir, es divertida, pero no basta para descalificar la ley de identidad de género de 2007: si alguien se identifica con el sexo opuesto al que pertenece por nacimiento, ¿por qué debería negársele reconocimiento legal a su identidad subjetiva? En general, sin embargo, sus críticas no tienen sólo sentido del humor, sino también fundamento.

Tomemos el caso de la llamada memoria histórica. Como historiador profesional no dudo en darle la razón a Santiago González cuando afirma que la presunta memoria histórica resulta ser una "hermosa síntesis por la cual la memoria no es propiedad individual, sino patrimonio colectivo, y la historia no es la relación de los hechos tal como ocurrieron, sino tal como debieron ocurrir". Esto no significa negar el derecho moral de los familiares a recuperar los restos de quienes fueron asesinados y enterrados en una zanja hace 70 años, que González apoya, ni negar la obligación de los historiadores de esclarecer los hechos más oscuros de nuestro pasado. Significa sencillamente no confundir la historia con la reivindicación de una memoria partidista. La polémica ideológica es una actividad respetable, pero la investigación histórica pierde todo sentido si renuncia a la búsqueda de la objetividad y pretende proyectar hacia el pasado las necesidades políticas del presente.

En sus años jóvenes Santiago González, como tantos otros, militó en el PCE, hasta que su fe marxista comenzó a debilitarse con sus estudios de economía, pero no hace falta esa experiencia para saber algo muy sencillo: en la resistencia antifranquista los comunistas jugaron un papel mucho más relevante que los socialistas, lo cual plantea ciertos problemas en el cultivo de la memoria histórica. Un caso llamativo expuesto por González es el de las Trece Rosas, que parte de un hecho brutal. El 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas 13 muchachas de las Juventudes Socialistas Unificadas (junto a 43 compañeros varones, a quienes tampoco deberíamos olvidar), como represalia por un atentado cometido unos días antes, que causó la muerte de un comandante de la Guardia Civil, su hija y su chofer, crimen del que los fusilados no podían ser responsables por hallarse encarcelados. Ahora bien, en 1939 las JSU eran comunistas, pero en 2009 fue una fundación auspiciada por el PSOE la que asumió el protagonismo de la conmemoración, con la lógica protesta del PCE. Honremos a quienes murieron por un ideal, pero no tergiversemos ese ideal.