Image: Asalto a la República

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Ensayo

Asalto a la República

Niceto Alcalá Zamora

9 diciembre, 2011 01:00

Alcalá Zamora, Alejandro Lerroux y Ramón Álvarez Valdés

Prólogo de Juan Pablo Fusi. La Esfera. 520 pp. 23'90 e.

Aunque el régimen del 14 de abril haya quedado vinculado para la inmensa mayoría a la figura política de don Manuel Azaña, lo cierto es que fue don Niceto Alcalá-Zamora durante la mayor parte del tiempo su más alta representación, primero como presidente del Gobierno provisional (de abril a octubre de 1931) y luego como presidente constitucional (desde diciembre de 1931 hasta su destitución en abril de 1936 y su sustitución por el antes aludido Azaña). La manifiesta relegación de su protagonismo en la posterior memoria histórica puede verse como el correlato de su discutida actuación en el ejercicio de su cargo. En efecto, del mismo modo que pocos negaban a don Niceto su talla como jurista o incluso como gran orador a la vieja usanza, muchos -casi todos, ¿para qué vamos a engañarnos?- ponían en cuestión sus artes (más bien artimañas) políticas.

Tildado de derechista por las izquierdas, era sospechoso para las derechas; conservador para los revolucionarios, resultaba demasiado timorato para los partidos autoritarios; probablemente bienintencionado en muchas de sus decisiones, aunque desmañado a la hora de materializarlas, Alcalá-Zamora tuvo la rara virtud de malquistarse con unos y dejar descontento a otros, granjeándose así la inquina o incomprensión de gran parte de los líderes del régimen, a uno y otro lado del espectro político.

A su controvertida actuación política hubo que añadir luego, para que la polémica no cesase e incluso se reavivara, el espinoso asunto de los diarios. Un rocambolesco episodio que se extiende a lo largo de varias décadas, hasta casi nuestros días, y que empieza en 1936, cuando Alcalá-Zamora sale junto con su familia de España, según relata el editor de este volumen en una breve pero incisiva introducción que lleva el revelador epígrafe de "el triple robo de las memorias del presidente de la República". Los nueve sobres que contenían sus recuerdos y experiencias políticas fueron depositados por el propio don Niceto en dos cajas de la sucursal madrileña del Crédit Lyonnais, teóricamente a buen recaudo, pero en la práctica demasiado al alcance de sus enemigos políticos, que no dudaron en utilizar incluso los resortes gubernamentales -judiciales y policíacos- para hacerse con ellas.

Saqueadas, expurgadas y manipuladas, las memorias pasaron por las más diversas instancias políticas, hasta que parte de la documentación es recogida en Valencia a finales de la guerra civil por un particular. Cuando el hijo de éste trata de venderlas, es detenido y las memorias quedan en poder de la administración española que se niega primero a cederlas a sus familiares, sus legítimos propietarios, invocando el interés de Estado. Finalmente el litigio se resuelve a favor de la familia, que recupera así el legado.

Hay que advertir, no obstante, que dicho material no está completo, pues faltan los dietarios correspondientes a los años comprendidos entre 1932 y 1935. Por otro lado, lo que el lector encontrará en el volumen que aquí se reseña corresponde al año 1936 y es el primer tomo (enero-abril) de una proyectada trilogía. Siendo por tanto sólo una parte pequeña de las memorias, su interés es incuestionable. Aquí se puede encontrar Alcalá-Zamora en estado puro, con sus manías, sus fobias y preocupaciones cada vez más acusadas por el rumbo que iba adquiriendo el régimen republicano. En este sentido poco puede discutirse el título general de "asalto a la República". Es evidente que la República que pretendía don Niceto no sólo se desdibuja a esas alturas sino que aparece ya el fantasma de otra República de carácter bien distinto, sectaria en los procedimientos, brutal en las formas, revolucionaria en los objetivos.

Empieza el diario el mismo 1 de enero con alusiones a las "insensateces de las derechas", continúa haciéndose eco de las "vilezas" periodísticas, manifiesta su preocupación por la disciplina militar, alerta sobre la imperiosa necesidad de mantener el orden y, sobre todo, exterioriza su descontento con unos representantes políticos manifiestamente mejorables, desde el "soberbio" Azaña al "demagógico" Gil-Robles, sin que salgan mejor parados los demás. Como exclama en una ocasión (p. 113), resumiendo su estimación del momento, entre insensateces, crueldades y derroches, "¡Pobre España!". En cierto modo, no le faltaba razón.