Sánchez Guerra. Un hombre de honor
Miguel Martorell
24 febrero, 2012 01:00Sánchez Guerra
Después de una larga tradición refractaria a los estudios biográficos, la historiografía española se ha incorporado con entusiasmo a la corriente que domina en otros países cercanos valorando como se merece la aproximación a los personajes con nombres y apellidos. Para los actuales analistas ya no son las impersonales fuerzas económicas las que mueven el mundo sino la voluntad de los seres humanos de carne y hueso. Esto explica la preponderancia de la biografía política dentro de este ámbito. La figura de José Sánchez Guerra (Córdoba, 1859-Madrid, 1935) puede resultar desconocida o, en el mejor de los casos, bastante imprecisa para el público actual, aunque para los historiadores y estudiosos de la Restauración canovista constituye una referencia ineludible. No en vano, como aquí se enfatiza, nuestro hombre lo fue todo en aquel entramado: diputado de manera casi ininterrumpida desde 1886, presidente del Congreso tres años (desde 1919), ministro en distintas ocasiones y en diversas carteras (destacando en Gobernación), líder de los conservadores y, en fin, presidente del Gobierno en su madurez durante una breve etapa (1922).Sánchez Guerra constituye por ello el paradigma de político proteico de la España de aquel tiempo, con todas sus virtudes -liberal, legalista, metódico- y sus defectos -personalista, temperamental y caciquil-. Era un ejemplar representativo de una concepción elitista de la vida pública, cuando ésta se limitaba a un juego de notables en el que el concepto de honor -como destaca el subtítulo de la obra- resultaba primordial. Poner el foco en Sánchez Guerra implica examinar medio siglo de vida política y, por tanto, significa también escoger un "hilo conductor para estudiar las continuidades y cambios" de la monarquía constitucional.
Sin embargo, su figura pasó al olvido tras su muerte y, lo que es más importante, fue postergada por los historiadores (sólo un autor, Luis de Armiñán, publicó una biografía sobre el personaje). La razón, como expresa Martorell, puede estar en que Sánchez Guerra emerge como un político de difícil caracterización en términos convencionales: fue un conservador que venía del liberalismo sagastino primero y del gamacista después, que se unió a Maura durante varios decenios para romper abiertamente con él, que representaba una política de orden pero sin abdicar de sus raíces liberales. Así, un hombre que para muchos encarnaba la política más reaccionaria, no dudó en oponerse más abiertamente que muchos supuestos progresistas a la dictadura de Primo de Rivera. Debido a ello, por pura coherencia, fue un monárquico que se enfrentó a Alfonso XIII al incumplir éste su rol de rey constitucional y acabó a su pesar pero muy conscientemente coadyuvando al advenimiento de la República. Quizás no hizo otra cosa que ser consecuente con sus principios pero, como reconoce Martorell, vista en conjunto su trayectoria parece errática. Para algunos, como para los mauristas, fue siempre el traidor por antonomasia, mientras que para muchos otros, desde ideologías diversas pero más definidas, aparecía como un personaje incómodo y discordante.
Sánchez Guerra llegó a la jefatura del gobierno en circunstancias muy difíciles, tras el asesinato de Dato y el desastre de Annual, en unos momentos en que el sistema parlamentario era cuestionado por casi todos, empezando por el propio rey. La inclinación decisiva de éste por la alternativa dictatorial en 1923 le dejó un escaso margen de maniobra. Terminó por exiliarse y luchó por recuperar el orden liberal. Pero ya por entonces el curso de los acontecimientos dibujaba claramente un escenario muy distinto en el que las masas sustituían a los apaños elitistas: ya no era tiempo para políticos de cuño decimonónico como José Sánchez Guerra.