Guillem Martínez. Foto: Domènec Humbert

Debolsillo. Barcelona, 2012. 246 páginas. 5 euros

El centro de gravedad de estas páginas está ocupado por una madeja de tensión. Diecinueve autores más el Colectivo Todoazen reclaman un puesto al sol. Catorce no han cumplido todavía los 40, y los mayores, Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960) escribiendo sobre la crítica y Belén Gopegui (Madrid, 1963) mirando de reojo, están aquí de refuerzo, hace tiempo que recibieron la confirmación pública.



Coordinador y presentador de este volumen, Guillem Martínez (Cerdanyola, 1965) inició hace una década una aguda y novedosa crítica a la cultura española que se fue desarrollando mientras crecía la denominada Transición Política. Mezclando hábilmente su posición como periodista con nociones tomadas de los Cultural Studies anglosajones fundió el término "Cultura de la Transición" (CT). Vista por Guillem Martínez, la CT era un pegote ajeno a toda posibilidad crítica, desestabilizadora o incluso innovadora. A cambio de no problematizar la vida política, el Estado subvencionaba actividades culturales, concedía premios, otorgaba honores y conformaba el canon cultural.



Los Pactos de la Moncloa -firmados el 25 de octubre de 1977- marcarían el punto de inflexión a partir del cual la izquierda entraría en el abrevadero. En el inclemente exterior quedarían unas pocas excepciones, como Gregorio Morán, Manuel Vázquez Montalbán o Rafael Sánchez Ferlosio. Pese a los pequeños núcleos de resistencia, la CT tendría un "rol propagandístico" que en ese aspecto aproximaría Corea del Norte y España.



Entendida la CT como un monopolio cultural del Estado -de derechas o de izquierdas-, las pocas esperanzas de ruptura quedan en los nuevos movimientos sociales y en las nuevas tecnologías. En esta crítica situación el 15-M se convierte en un referente obligado en la casi totalidad de las contribuciones de este recopilatorio. Amador Fernández Savater (Madrid, 1974) y Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) muestran el 15-M como un fenómeno capaz de romper la verticalidad monopolista de la CT con la ayuda, eso sí, de bloggeros y demás habitantes de la red.



Tras lo que podría ser un plano general se va cerrando el foco, y los artículos que ha engarzado este grupo de pensadores acampados extramuros sitúan su crítica sobre territorios culturales más concretos. En clave económica el neoliberalismo aparece como el monstruo que tira del mal. En cine, el lector contempla a Juan Luis Izquierdo contra Pedro Almodóvar. Víctor Lenore entra en la música con la añoranza del rock radikal vasco y el menosprecio por la Movida. Ni el papel de los suplementos culturales, de la cultura digital o del copyleft podían faltar en esta revisión crítica. Excelente el texto escrito por David García Aristegui sobre la SGAE y menos gracioso el capítulo dedicado al humor. Cierran estas páginas dos apéndices con vocación incendiaria. Dos cócteles molotov que pretenden iluminar y quemar los hitos de la CT y sus protagonistas. Si bien es cierto que estos artículos pecan de breves y no están todo lo currados que podrían estar, lo cierto es que muchas de sus tesis merecen por lo menos una pausada reflexión. Es un acierto señalar que la crítica cultural ha tendido más a la alabanza que al destrozo y que por ahí se ha colado mucha impostura. Está claro que con frecuencia están siempre los mismos, los mismos que cuando alcanzan la cima esconden las cuerdas o cierran las puertas para que nadie suba.



Con todo, España no es Corea del Norte. La cultura está más tutelada por el Estado en Francia que en España. Que el panegírico haya substituido a la crítica más o menos ácida sucede igual sino más en la cultura anglosajona. Otra cosa es que aquí no tengamos un James Wood o un Marcel Reich-Ranicki, pero ese es otro problema que ahora mismo no cabe ni aquí ni en este volumen. Pero parece excesivo el castigo propinado a ciertos autores reconocidos. Algún coautor entra a machete, y suena a conflicto generacional. "Una de las directrices de la CT ha sido resistirse al cambio generacional", escribe Raúl Minchinela. Es cierto que los de la generación del baby boom son muchos pero no culpables de ocupar tanto sitio.



Se echa de menos en esta compilación, entre otros muchos análisis, el del papel que en la cultura española han jugado las cajas de ahorros, bancos, grandes empresas y grupos de edición. Sin sus aportaciones, buena parte de la producción cultural hubiera sido imposible.