David Trueba. Foto: Antonio M. Xoubanova

Anagrama, 2012. Guión (132 pp). y DVD del filme. 24,90 euros

David Trueba (Madrid, 1969) dirigió el año pasado Madrid 1987, con José Sacristán y María Valverde, una de las mejores y más estimulantes películas españolas de la temporada, sancionada positivamente por los festivales de Sundance, San Sebastián y Nantes, entre otros, si bien exhibida con cicatería hasta rozar la invisibilidad.



La película -producida por su director- aborda el encuentro en un café, en el verano madrileño de 1987, entre un escritor y articulista veterano y de éxito y una muy joven y atractiva estudiante de primero de Periodismo. La chica ha hecho un trabajo sobre el escritor y ahora se lo muestra. El escritor propone a la muchacha continuar la charla en el piso de un amigo, y el caso es que acaban desnudos y encerrados en el cuarto de baño, sin que nadie pueda auxiliarles, presumiblemente, en el largo fin de semana que tienen por delante. Él está casado, ella vive con sus padres. La situación no es cómoda.



Anagrama ha encarado la experiencia de publicar en un estuche el guión en formato de libro y el DVD de la película. Tal iniciativa es muy aplaudible y muy digna de ser seguida, especialmente cuando se dé la misma oportunidad de impulsar una película muy valiosa sin destino acogedor en las pantallas y difundir un guión. El asunto que viene a continuación es viejo, y da un poco de vergüenza tratarlo a estas alturas -el propio Trueba lo toca con humorístico desdén en una especie de epílogo del libro-, pero es ineludible. No todos, pero sí bastantes guiones pueden leerse como textos literarios de ficción, con tanto provecho como una novela y, no digamos, como una pieza teatral.



Trueba ofrece el "vis a vis" entre un ingenioso intelectual maduro, sentencioso, descreído, cínico y cansado y una muchacha en flor, que sabe poco y tiene la vida y la ilusión ante sí con no muchas más armas aparentes que su luminosa juventud. Trueba da más ocasiones de hacer frases al consumado escritor, mientras que la chica actúa como dubitativa pared de frontón que permite al otro lucirse con la pelota. Sólo al final, saca sus uñas y ofrece pelea dialéctica al escritor sobrado. Pero tanto el espectador como el lector intuyen desde el principio que ahí se está jugando una batalla erótica con intereses. La tensión está servida y funciona como ingrediente de captación de la atención en el libro y en la película, sosteniendo en bandeja ideas que chocan entre dos personas pertenecientes a dos generaciones muy distintas, a un tiempo ya diagnosticado que declina y a otro incierto que se insinúa.



Lo que en el guión son diálogos bien escritos para una situación agobiante y un reflejo histórico, en la película se prolonga y se traduce en una brillante puesta en escena e interpretación en un mínimo cuarto de baño.