Curzio Malaparte
Quizá el mayor atractivo de esta biografía de Curzio Malaparte (1898-1957) sea que, como los libros del propio biografiado, está escrita con el entusiasmo de quienes sienten que la realidad es siempre más fascinante que la ficción literaria. Es sólo una de las muchas concomitancias que advertimos entre el autor, el cosmopolita Maurizio Serra, y el objeto de su estudio. Entiende Serra que, más interesante incluso que la intimidad y el pormenor biográfico de Malaparte -ambos aquí servidos en las dosis justas-, es el complejo fondo histórico en el que el controvertido escritor hubo de desenvolverse. Y que el relato exacto de lo acontecido en ese periodo exige el conocimiento de la intrincada trama de humanísimas ambiciones que lo hicieron posible.Y eso es la historia de Italia en el siglo XX, desde las postrimerías del Risorgimento hasta la actualidad, pasando por las sucesivas crisis que supusieron la participación del país en la Primera Guerra Mundial, el desarrollo del fascismo hasta su descomposición, tras la fatal decisión de Mussolini de entrar en guerra al lado de la Alemania nazi, la posterior instauración del régimen democrático y el difícil y precario equilibrio con el que éste se mantuvo en las aguas revueltas de la Guerra Fría: un abigarrado drama en el que se mezclan destinos trágicos y trayectorias acomodaticias, grandes gestos y penosas astracanadas, momentos de gloria cierta y periodos sombríos. En este camaleónico trasfondo se desarrolla la figura del "camaleón" Malaparte. De padre alemán (Suckert fue el verdadero apellido del autor, que también italianizó su nombre de pila a partir del teutónico Kurt Erich), el futuro escritor forjo los elementos básicos de su pensamiento -una peculiar mezcla de nacionalismo e individualismo nietszcheano- durante la Primera Guerra Mundial, en la que fue combatiente.
Temprano compañero de viaje del fascismo, Malaparte conjuga pronto sus ambiciones personales y literarias con una especie de sentido innato del malabarismo político, que instintivamente le lleva a jugar la carta del fascismo y, al mismo tiempo, a hacer todo lo posible por mantener su propia personalidad e incluso asumir un cierto carácter de discrepante tolerado, de "enfant terrible" de un régimen que, como Maurizio Serra se encarga de recordarnos, fue más plural y contradictorio que lo que la historia posterior ha querido ver, y dispensó a sus intelectuales un curioso trato de palo y zanahoria.
De los palos recibidos -entre ellos, un ambiguo destierro-, Malaparte quiso sacar tajada después, tras las caída del régimen. Oportunamente, publica entonces sus dos obras mayores, y asombra al mundo con su punto de vista único sobre los horrores del siglo: una extraña mezcla de desfachatez, cinismo y compasión, que le lleva a erigirse en testigo directo, desencantado y lúcido, de las matanzas en la Europa Oriental (Kaputt) o en la Italia que recibe a los aliados como libertadores e invasores al mismo tiempo (La piel).
Amparado en el éxito de esos dos libros -prefigurado, años antes y en un contexto muy diferente, por el correoso Técnica del golpe de estado, tan del gusto de algunos de los dictadores más conspicuos del siglo-, Malaparte, que al fin y al cabo era un hijo característico -como lo fueron Malraux, Drieu de la Rochelle y otros- de la complicada coyuntura de entreguerras, se sobrevive a sí mismo en la Italia democrática como un autor disperso y oportunista, que no hace otra cosa que enjaretar -permitámonos esta barojiana palabra- libros fragmentarios y recompuestos, y adopta un dudoso perfil público que en ocasiones se asemeja más al de un playboy o un cazafortunas que al de un intelectual.
Su biógrafo relata implacablemente estos últimos avatares suyos; sin que, no obstante, advirtamos demasiada severidad en su documentadísimo retrato. Tal vez porque, italiano al fin y al cabo, Serra entiende la esencial afinidad entre el personaje y el medio en el que se desenvuelve. La muerte de Malaparte, tras una presunta conversión religiosa y una no menos dudosa reconciliación con el Partido Comunista de Togliatti, es un buen epítome de su condición de hábil navegante en aguas procelosas. La Europa de hoy -diríamos, casi en consonancia con la no formulada moraleja de este relato-, se le parece.