José María Aznar. Foto: José Aymá
La dura batalla para conducir a la Moncloa a un partido que parecía condenado a la oposición eterna constituye el tema central del primer volumen de las memorias de Aznar. Digamos de entrada que se trata de unas memorias con muy pocas revelaciones inéditas, de esas que pueden proporcionar titulares a la prensa, salvo la afirmación de que Rodrigo Rato podría haber sido el sucesor si no hubiera rechazado inicialmente la oferta de Aznar. Tampoco ofrece muchas pistas nuevas sobre la personalidad de su autor, pero es un libro inteligente y bien escrito. Trasmite además una sensación de sinceridad. Cuando explica lo difícil que fue adoptar la decisión, sin duda acertada, de no presentarse a un tercer mandato, porque ello suponía renunciar en el momento en que estaba en la plenitud de su vida personal y política, Aznar suena sincero: "Sé que nunca seré nada más importante de lo que he sido". ¿Lo es también cuando afirma no haber disfrutado nada durante la última legislatura de González, aquella en que se gestó su ascenso al poder, porque temía las consecuencias de los escándalos que se sucedían sin tregua, para la fortaleza institucional de España y para la confianza de los ciudadanos en nuestro sistema político? Lo cierto es que el respeto a las instituciones que le llevó también, cuando ya era presidente, a no impulsar un esclarecimiento a fondo del GAL que arruinara la reputación de su predecesor: "Prefiero abrir las ventanas a levantar las alfombras".
Acerca de su primera legislatura como presidente del gobierno, Aznar aborda en profundidad dos temas: la creación del euro y la lucha contra el terrorismo de ETA. Con los males económicos que nos afligen y con los filoetarras rigiendo las instituciones guipuzcoanas, apenas hemos tenido ocasión de saborear el triunfo del Estado de derecho contra esa banda asesina, por lo que conviene recordar que todavía en los 90 era una amenaza para nuestra convivencia democrática. El capítulo dedicado al tema es el mejor del libro y representa un sentido homenaje a quienes en las circunstancias más peligrosas siguieron defendiendo la democracia española en unas tierras en las que la amenaza terrorista era omnipresente.
Por último, Aznar reivindica su contribución personal a que España figurara entre los países fundadores del euro. Sostiene que el gobierno de González se había resignado a incorporarse en una segunda fase, ello en el caso de que el proyecto llegara a arrancar frente a la negativa británica. Aznar, a quien a menudo se ha considerado menos europeísta que su predecesor, lo tuvo sin embargo claro e impulsó a Prodi a que Italia se incorporara también. Se trataba de afianzar la integración europea y de anclar a España en una cultura de estabilidad económica, y sobre todo de conseguir que, por una vez, España llegara a tiempo a un gran proyecto internacional.