El americano perfecto. Tras la pista de Walt Disney
Peter Stephan Jungk
8 febrero, 2013 01:00Walt Disney. Foto: Edward Steichen
No es raro que Jungk cite a Mann y su Dr. Faustus. Disney es, por definición, un personaje fáustico. Un hombre obsesionado por la inmortalidad -metafórica y real-, por cumplir sus sueños a costa de su alma... y de la de los demás. Para abordar su escabrosa figura, el escritor germano-americano ha pergeñado un artefacto posmoderno ideal, que bebe en la tradición de Ciudadano Kane -el Hollywood Gothic de La condesa descalza, El crepúsculo de los dioses o Dioses y monstruos-, y que se cimenta a través de la narración obsesiva de un empleado despedido por Disney, decidido a vengarse, quien reconstruye, paso a paso, su vida secreta y pública, con una inextricable mezcla de odio y amor -eco de la que sentimos todos quienes nos criamos con Disney, para luego descubrir que era solo humano. Y no precisamente el mejor de los humanos-. Convirtiéndose en su némesis, pero también en su döppelganger: su doble oscuro y sombrío.
El americano perfecto escarba ingeniosamente en la intimidad de la vida y el pensamiento de Disney. Un moderno Frankenstein que creó su monstruo -el propio Disney- con fragmentos de quienes trabajaban para él. Decenas, cientos de artistas que realmente crearon, dibujaron y realizaron los films, cómics y personajes que aquél mediocre caricaturista del Medio Oeste, con su toque, convertía en oro, en sonrisas y lágrimas. En vida. Animados con el alma y los nombres perdidos de aquellos anónimos creadores, sacrificados en el altar del dios Disney. Jungk, documentado al detalle, extrae de fuentes como la excelente pero dulcificada biografía de Disney escrita por Bob Thomas, toda la oscuridad, todo el veneno y misterio que le rodean. No duda en incluir momentos casi fantásticos, gozosamente grotescos -la lucha con el Lincoln autómata, la ominosa niña/lechuza...-, a la vez que permanece fiel a una realidad que supera la ficción. A veces, adquiere tonos de alegoría. Pero nunca es maniqueo o vulgar. Nunca se limita a satanizar, al estilo marxista, al personaje. Por contra, al finalizar la lectura de El americano perfecto, queda una sensación agridulce. Un regusto amargo y sentimental, como el sabor del amaretto. Pero entendemos, por fin, por qué Disney pudo fascinar a personajes como Warhol, La Vey o Mussolini. Y que, desde luego, se merecía una novela como la de Jungk y una ópera de Glass… Ya que Gounod murió hace más de un siglo.