Largo Caballero
La solución de Largo Caballero se basó en la defensa de los intereses de las clases trabajadoras desde comienzos del siglo XX a través de la militancia en el Partido Socialista y en su sindicato afín, la Unión General de Trabajadores. Desde la dirección de ambas organizaciones, a la que llegó muy pronto, luchó contra el sistema político de la Monarquía de Alfonso XIII aunque colaboró con la dictadura de Primo de Rivera.
En los años iniciales de la segunda República fue ministro de Trabajo y Previsión Social y desde el verano de 1933, mientras se agostaba la coalición con los republicanos de izquierdas, inició la deriva hacia planteamientos revolucionarios que terminarían por hacerle ganar, efímeramente, el apelativo del "Lenin español". Desde primeros de septiembre de 1936 hasta mediados de mayo de 1937 -en momentos decisivos de la guerra civil- fue jefe de un Gobierno que trató de restablecer la autoridad en el bando republicano.
Terminada la guerra se exilió a Francia en donde sería detenido por la Gestapo en 1943 y conducido a un campo de concentración del que sería liberado por los rusos al final de la guerra. Sin embargo, no pudo volver a París hasta finales del verano y allí moriría en la primavera del año siguiente. "Quiero volver a España, aunque sea muerto", había dicho, y sus restos serían depositados en el cementerio civil de Madrid en abril de 1978.
No es extraño que un personaje tan decisivo en la España de la primera mitad del siglo XX haya atraído la atención de correligionarios socialistas, como Rodolfo Llopis, o de algunos de los historiadores más prestigiosos de los últimos años, como Santos Juliá, Marta Bizcarrondo, Enrique Moradiellos o Juan Francisco Fuentes. La tarea de todos ellos no fue fácil por la casi inexistencia del archivo personal de Largo y la malintencionada edición de sus memorias (1954), que Araquistáin calificó de "crimen editorial". La situación ha sido corregida por los trabajos alentados desde organizaciones socialistas como la Fundación Francisco Largo Caballero que publicó, entre 2003 y 2009, unas Obras completas (16 volúmenes), editadas por Aurelio Martín Nájera y Agustín Garrigós.
A partir de esos antecedentes historiográficos y de esas fragilidades documentales el recientemente fallecido Julio Aróstegui (Granada, 1939-2013) realizó una biografía colosal que es el resultado de muchos años de atención al personaje. El adjetivo "colosal" se emplea aquí en todos los sentidos y aún lo hubiera sido más si, como se nos informa en el capítulo de agradecimientos, los editores no hubieran conseguido reducir drásticamente el texto inicial de esta obra. Al hilo de lo que escribiera Rodolfo Llopis con ocasión de la muerte de Largo, Julio Aróstegui ha puesto el énfasis en el carácter de representante de la clase obrera que siempre tuvo el líder socialista y ha convertido esa militancia obrerista en pieza clave para el desentrañamiento del personaje que debe ser el objeto de toda biografía.
Al servicio de esa tarea ha puesto Aróstegui una asombrosa erudición y su familiaridad con los avatares de la historia del movimiento obrero durante el medio siglo que se cierra con el fin de la guerra civil española. Desde los albores del movimiento socialista a las duras tensiones con el movimiento anarquista; desde la gran crisis de los años veinte hasta los ambiciosos proyectos reformistas del periodo republicano. Sin olvidar la peligrosa deriva revolucionaria de los años anteriores a la guerra civil.
Al describir la trayectoria de Largo durante todos esos años, Aróstegui se ha esforzado en ofrecernos una imagen integral del dirigente socialista, al margen de las visiones parciales y las descalificaciones de las que fue objeto, a veces desde las mismas filas del socialismo. Parece fuera de toda duda que el autor ha cubierto con creces los objetivos previstos y que la biografía que ahora se nos ofrece se convertirá en una referencia inexcusable para entender a Francisco Largo Caballero y al mundo en que le tocó vivir.