Sangre, votos, manifestaciones
Eta y el nacionalismo vasco radical, 1958-2011
8 febrero, 2013 01:00Un anciano mira a otro lado, mientras se aproxima una manifestación abertzale
En todos estos años, la Universidad del País Vasco ha contado con un magnífico plantel de historiadores que han hecho del nacionalismo vasco uno de los fenómenos mejor estudiados de la historia contemporánea española y ahora una generación más joven ha abordado el estudio de su sector radical y violento. Tanto Gaizka Fernández Soldevilla como Raúl López Romo son doctores por la UPV y el primero se ha doctorado recientemente con una importante tesis sobre ETApm y Euskadiko Ezquerra, cuya historia se explica muy bien en dos capítulos, incluida su decisión de abandonar las armas a mediados de los 80.
Sangre, votos, manifestaciones se basa en el estudio de una documentación abundante y se caracteriza por un estilo ágil y una gran capacidad de análisis. Se estructura en diez ensayos independientes, lo que siempre provoca la tentación de leer sólo aquellos más sugestivos para cada lector, pero mi recomendación es no perderse en ningún caso los capítulos sobre el nacionalismo vasco radical en la transición española, sobre los orígenes de Herri Batasuna, y sobre la facilidad con que los seguidores de ETA asumían los asesinatos por el hecho de que la víctima encajaba en la execrada figura del "español".
El terrorismo etarra nació en 1968 y se consolidó en 1978 y a ello contribuyeron muchos factores, desde la tradición antiespañola fundada por Sabino Arana hasta la estupidez de la dictadura franquista, cuya respuesta a los primeros atentados fue una represión indiscriminada que sembró el odio en las provincias vascas, pasando por el auge internacional de las ideologías de extrema izquierda en los años 60 y 70. Fernández Soldevilla y López Romo no caen en la trampa de atribuirlo todo a factores ambientales, sino que destacan el componente crucial de las decisiones concretas tomadas por personas responsables de sus actos: los etarras y sus partidarios. Sin ese factor individual, libre albedrío lo llamaban los clásicos, las historia pudo haber sido distinta: ETA pudo no haber dado el salto al asesinato en 1968, pudo haber renunciado al terrorismo en la transición y también podría haber seguido matando después de 2010, aunque de manera esporádica por su irremediable declive.
La gran oportunidad perdida fue la de 1977. El llamamiento a la abstención en las primeras elecciones libres por parte de ETAm y sus afines apenas tuvo eco, el hecho de que los electos afines a ETApm ocuparan sus escaños en Madrid abría la posibilidad de su integración en el juego democrático, como al final ocurrió con Euskadiko Ezkerra, y tras la aprobación de la ley de amnistía salió a la calle el último preso etarra. Sin embargo, la respuesta de ETAm fue asesinar más (los años de 1978 a 1980 fueron los más luctuosos) y asumir el control de Herri Batasuna, del diario Egin y de todo el variopinto mundo de la izquierda abertzale: sangre, votos y manifestaciones.