Enrique Barón. Foto: Kote Rodrigo
Esa cita de Monnet la recoge Enrique Barón en Más Europa, un libro al que hay que dar la bienvenida porque reafirma la fe en un proyecto europeo en el que nos hemos integrado de manera difícilmente revocable. Ministro en el primer gobierno de Felipe González, Barón se vio tras ello relegado a simple miembro de un parlamento con tan poca vida propia como el español, en el que los diputados se ven reducidos a aplaudir las intervenciones de sus líderes y a votar como se les manda, lo que no contribuye a su prestigio. En 1986 optó por continuar su carrera política en el parlamento europeo, al que muchos consideraban, y aún consideran hoy, un cementerio de elefantes. No lo fue en su caso y llegó a presidirlo en los años cruciales de 1989 a 1992, en los que la desa-parición del bloque soviético abrió la puerta a la reunificación del continente.
Más Europa es un híbrido, no siempre bien articulado, de libro de memorias y ensayo político. Lo más interesante, en mi opinión, es la segunda parte, dedicada a su experiencia en el parlamento europeo y a sus reflexiones sobre el proceso de integración europea. La actuación de aquel parlamento rara vez genera grandes noticias y el interés que despierta en los ciudadanos es escaso, pero sin embargo forma parte de ese proceso histórico lento y poco llamativo, pero crucial, por el que un gran número de países, diferentes por su cultura, su lengua, su estructura económica, sus intereses particulares y sus manías, van aprendiendo a integrarse en una entidad supranacional que no tiene paralelo en ningún otro rincón del mundo. Es importante, por ejemplo, comprobar cómo en la inmensa mayoría de los casos, los diputados no votan en función de su procedencia nacional, sino de acuerdo con su grupo parlamentario multinacional.
Las memorias de los políticos suelen mostrar un aspecto muy característico de su trabajo: la necesidad de pasar continuamente de un tema a otro; un agitado modo de vida al que el lector se ve arrastrado, con lo que corre el peligro de ver muchos árboles y poco bosque. En las circunstancias críticas por las que atraviesa hoy el proyecto europeo, habría sido de agradecer que Enrique Barón hubiera dedicado un mayor esfuerzo a abordar los grandes desafíos a que nos enfrentamos. No faltan, sin embargo, unas conclusiones claras acerca de las grandes medidas que en su opinión debería tomar la eurozona: la unión bancaria, con un sistema común de garantía de depósitos; una agencia europea de la deuda pública, que la mutualice progresivamente; una fiscalidad federal; una combinación de políticas de austeridad y crecimiento, frente al actual predominio de las primeras, y, finalmente, una muy ambiciosa reforma de su estructura institucional en un sentido federal, que pondría fin al predominio del Consejo Europeo, es decir de los jefes de gobierno. Un plan atractivo, pero al que se opone el gran arraigo de los Estados nacionales.