Como en tantas otras ocasiones, nuestra visión de los veinte años del reinado ha quedado contaminada por el conocimiento de lo que ocurrió después. La catástrofe que supuso la guerra -junto al no demasiado digno comportamiento del monarca y su hijo en las abdicaciones de Bayona- han contribuido poderosamente a desacreditar todo el reinado, y esa sigue siendo la idea que predomina en la opinión pública.
La tarea de los historiadores -Enciso entre ellos- nos ha mostrado sin embargo un panorama distinto. La Ilustración y el reformismo no se interrumpieron con la muerte de Carlos III; en muchos aspectos, incluso, llegaron a su culminación en los años posteriores. La revolución francesa, iniciada al año siguiente del acceso al trono de Carlos IV y que acabaría engullendo el brillante siglo XVIII español en el torbellino desatado por la invasión y la guerra, fue siempre un trasfondo inevitable que condicionó muchas cosas, pero hasta la crisis final hubo numerosos aspectos positivos que no podemos olvidar.
Lo que hace Luis Miguel Enciso (Valladolid, 1930) es recordárnoslos en el ámbito concreto de la cultura ilustrada, con la autoridad que le confiere el hecho de ser el mejor conocedor del siglo XVIII español. No en vano fue uno de los primeros historiadores que comenzaron a interesarse por él en pleno franquismo, pese al escaso predicamento de que gozaba entonces dicha centuria; o tal vez por eso, convencido de la necesidad de reivindicar frente a la postura oficial la Ilustración española, plagada de proyectos y realizaciones encaminados a la modernización y el progreso, en sintonía con lo mejor del pensamiento y la cultura europeos.
El volumen que nos presenta Enciso participa de varias de las características propias de su forma de hacer historia: claridad y orden expositivo, minuciosidad en el tratamiento de los temas, exhaustividad en el conocimiento y el uso de la bibliografía, honestidad en la cita a los autores en los que se basa y, por encima de todo, una extraordinaria capacidad de síntesis que sabe combinar con la mención de todos y cada uno de los detalles. El resultado final es un estudio articulado y pormenorizado en el que analiza las diversas manifestaciones de la cultura ilustrada en el reinado de Carlos IV: la polémica entre ilustrados y antiilustrados, el papel del poder, la universidad y los intentos de renovación educativa, la ciencia y los distintos campos del saber, la literatura, el arte, la actuación destacada del rey como mecenas y coleccionista, la imprenta real, el mundo del libro y, por último, la prensa y los periódicos, un aspecto muy destacado de la Ilustración, que vio la consolidación del periodismo y la aparición de los primeros profesionales dedicados al mismo.
El libro, que reivindica la formación y el papel cultural del monarca, nos ofrece, como ya se ha indicado, una visión positiva. Pese a la existencia de luces y sombras -contraste que el autor aplica específicamente a la política cultural de Godoy- hubo una cultura en muchos aspectos brillante, con diversos protagonistas que figuran entre los más importantes de nuestra historia (Goya, Jovellanos,…); algo muy distinto, en cualquier caso, a la idea dominante sobre aquel periodo.