Ensayo

Notas a pie de página. Memorias de un hombre con suerte

Alonso Álvarez de Toledo y Merry del Val

27 septiembre, 2013 02:00

Marcial Pons. Madrid, 2013. 288 páginas, 22 euros

Aunque nadie puede poner en cuestión el papel de la diplomacia como elemento indispensable en la representación y gestión de los intereses de los Estados en la esfera de las relaciones internacionales, lo cierto es que suele minusvalorarse en el relato histórico el papel desempeñado por esos servidores estatales en el rumbo de los acontecimientos. Superada ya la tendencia a primar dogmáticamente las grandes estructuras y los modelos impersonales, la creciente atención historiográfica por los hechos concretos, las historias menudas y los protagonistas de carne y hueso, ha beneficiado de modo indirecto el acercamiento a esos funcionarios, que se han distinguido por lo general por su labor circunspecta y silenciosa, aunque no por ello menos relevante.

Todo lo dicho sería de aplicación estricta al libro que nos ocupa. Su autor ha sido un discreto y eficaz funcionario que ha defendido con lealtad y solvencia los intereses de España, desde su integración en sucesivos equipos ministeriales de Asuntos Exteriores, hasta su gestión como jefe de protocolo del Estado en la primavera de 1991, en la víspera de que España brillara internacionalmente con la organización de la Conferencia de Paz sobre Medio Oriente y en la antesala de los grandes eventos del 92: la Expo de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona y la II Cumbre Iberoamericana de Madrid.

Dicho en otros términos y como es por otra parte sobradamente conocido, la figura del diplomático está por encima -o por debajo, según se mire- de las contingencias y vicisitudes políticas: lo pone meridianamente de relieve la brillante trayectoria de este profesional que sirve con la misma determinación bajo el régimen autoritario que durante la transición y la democracia. Y desempeña tal cometido lo mismo en el apasionante ámbito de los EE.UU. de la primera mitad de los 60 que en el México militantemente antifranquista de 1967; lo mismo en la anodina Ginebra -Oficina de las Naciones Unidas- que en el inquietante Berlín Oriental, poco antes de la caída del Muro.

Las memorias de Álvarez de Toledo se leen con fruición, porque están salpimentadas con dos rasgos no muy frecuentes en nuestros lares: en primer lugar, su rechazo frontal del énfasis y el engolamiento. Todo está contado con una llaneza admirable, como si el autor se resistiese con todas sus fuerzas a que su experiencia desbordara el nivel de mero apunte "a pie de página". Y en segundo lugar, un optimismo desbordante, que le lleva a enjuiciar modestamente su trayectoria como un camino sinuoso en el que la suerte ha ido allanando los obstáculos.

El libro no contiene revelaciones trascendentales ni aspira a ello, aunque no dejan de ser muy sabrosos determinados pormenores de la "pequeña historia", en particular los relativos a los últimos días de la extinta RDA.