Juicio de Eichmann en Jerusalén
Si nos fiamos de lo que el conde Alexandre de Marenches cuenta en sus memorias, ningún servicio secreto que se precie debe tener buena imagen, pues sus éxitos, si lo son, deberían permanecer secretos y sólo sus fracasos salen a la luz. Israel, como estado excepcional que es desde su nacimiento, nunca ha respetado la regla. En 2012 un documental, The Gatekeepers, dirigido por Dror Moreh, sobre el Shin Bet y el libro de Michael Bar-Zohar y Nissim Mishal, The Greatest Missions of the Israeli Secret Service, sobre el Mossad, confirmaron de nuevo esa excepcionalidad. ¿En qué país se atreverían sus principales ex directores de los servicios secretos del interior, como hacen seis israelíes en la filmación de Dror, a confesar con todo lujo de detalles lo mejor y lo peor de sus experiencias en la defensa de la seguridad israelí durantedecenios? Traducido ahora al español como Las grandes operaciones del Mossad, el último libro de los periodistas Bar-Zohar y Mishal hace un striptease similar de los servicios secretos israelíes del exterior, su equivalente al MI6. La versión de Galaxia Gutenberg es la edición ampliada y actualizada de la original, publicada en 2010 en Israel, que permaneció en la lista de los libros más vendidos del país durante 70 semanas y recibió los escudos de oro, plata y diamantes por romper todos los récords de ventas.¿Lo justifican las casi 500 páginas de la obra por su forma y por su contenido? Si se busca una síntesis ágil, tensa y bien documentada de las acciones del Mossad, sin duda. Si se busca creación literaria, una apuesta por el derecho internacional o una perspectiva ética, kantiana, del poder, más bien no. "No me preocupan los problemas morales", dice uno de sus autores, Ban-Zohar, cuando se le pregunta. "En absoluto. ¿Le preocupa a usted que maten a quien ha matado a sus familiares y vecinos antes de que vuelva matar a otros inocentes?". Es la filosofía del ojo por ojo llevada a sus últimas consecuencias con la firma de los máximos dirigentes de un país. Cada uno de sus 21 capítulos describe una o más de las operaciones consideradas por los autores -además de prestigiosos periodistas, buenos conocedores de la historia y la ciencia política, y, en el caso de Bar-Zohar, ex diputado de la Knesset- las más importantes en la historia del Mossad desde antes, incluso, de su nacimiento, con ese nombre (instituto en español) por orden de Ben-Gurión el 13 de diciembre de 1949. Tardó dos años en materializarse y, al hacerlo, su primer jefe o ramsad, Reuven Shiloah, declaró: "Además de todas las funciones de un servicio secreto, tenemos otra tarea importante: proteger al pueblo judío, esté donde esté, y organizar su inmigración a Israel". En los años que siguieron, el Mossad ayudó en secreto a formar unidades de autodefensa en lugares donde las comunidades judías estaban en peligro, entrenó en Israel a centenares de jóvenes militantes judíos, pasó armas de contrabando a las comunidades judías locales de países inestables o enemigos, y llevó a Israel a decenas de miles de judíos en peligro en países de Oriente Medio y de África.
Bar-Zohar y Mishal se detienen en las más importantes: desde el desastre en Irak a comienzos de los años 50 (capítulo 3) a los puentes aéreos organizados para salvar a más de 15.000 judíos etíopes en las operaciones Hermano (1982-84) y Salomón (1991) (capítulo 21). Entre los éxitos destacan la captura en Buenos Aires y traslado, juicio y ahorcamiento en Israel del nazi Eichman, operación puesta en marcha en 1957 por el chivatazo del fiscal general de Hesse Fritz Bauer, y que en mayo de 1960 bajo la dirección de Isser Harel. Otros momentos de gloria son la destrucción del reactor nuclear sirio y, en los últimos años, la campaña de ataques militares, terroristas y cibernéticos contra Irán que, en opinión de los autores, han retrasado entre 5 y 10 años el programa de enriquecimiento de uranio iraní para la producción de armas atómicas. Entre los fracasos, sobresale el intento fallido de asesinar con unas gotitas de veneno en Amán al líder de Hamas Khaled Mashal tras el atentado suicida de julio del 97 en Jerusalén, en el que murieron 16 israelíes y 169 resultaron heridos.
La historia termina con Israel pidiendo perdón al rey Hussein e inyectando el antídoto salvador a un Mashal moribundo que, hoy, 16 años después, sigue dirigiendo el movimiento radical palestino fundado por el jeque Yassin.