Allen Frances

Traducción de Jorge Paredes. Ariel. Barcelona, 2014. 356 pp., 21'90 e. Ebook: 9'99 e.

Si su hijo adolescente se muestra distraído, probablemente padece un trastorno de déficit de atención; si usted manifiesta timidez ante desconocidos, quizás sufra una fobia social; si su padre anciano pierde las llaves de casa, tendrá un trastorno neurocognitivo menor; si su sobrinito es dado a los berrinches infantiles, seguro que le aqueja un trastorno de regulación disruptiva del estado de ánimo; si su cónyuge no puede pasar quince minutos sin engancharse a la Blackberry, es la señal de una conducta adictiva; si alguien se siente apenado por la muerte de un ser querido, ha caído en las garras de la depresión; y así, en sintonía con los tiempos que corren, podríamos seguir catalogando de patológicos toda clase de comportamientos y sentimientos. Ahora bien: ¿realmente estamos todos tan alterados o solo somos víctimas de un uso abusivo del diagnóstico?



Ajustar cuentas con esa híperinflación es el objetivo del ensayo de Allen Frances (Nueva York, 1942), catedrático emérito de psiquiatría en la Universidad de Durham (Estados Unidos). Su título original no deja lugar a dudas: "La rebelión de un conocedor del tema contra el diagnóstico psiquiátrico descontrolado, el DSM-5, los grandes laboratorios y la medicalización de la vida ordinaria".



¿Qué significa DSM? Las siglas corresponden a Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, el manual elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría con la finalidad de ofrecer a sus miembros criterios precisos que ordenen el borroso mundo de los trastornos mentales y faciliten su diagnosis. El prestigio de la institución determinó que sus pautas se convirtieran en la "biblia" de la psiquiatría mundial (y tanto que su desclasificación de la homosexualidad de la lista de patologías en 1973 resultó decisiva en la normalización de esta orientación sexual).



Tan loable intención se ha visto desvirtuada, asegura Frances, quien responsabiliza a su quinta edición (DSM-5) de haber fomentado una perniciosa explosión de los diagnósticos al ampliar sin base científica el listado de patologías. Para demostrarlo, repasa la historia de la enfermedad mental, de la psiquiatría y de la sucesión de modas que van de la histeria al autismo, pasando por el trastorno de personalidad múltiple, el trastorno bipolar y la ola de abusos sexuales en guarderías; falsas epidemias de efímera existencia, muchas veces con dramáticas consecuencias en los diagnosticados.



En los años '90, Frances jugó un papel central en la confección del DSM-4; décadas más tarde, se ha tornado el más locuaz detractor de semejantes manuales. La gravedad de los cargos no esconde el propósito regeneracionista del ensayista, que se dice movido por el ánimo de salvar a la psiquiatría de sus propios excesos. Esto no le impide culpar de los males expuestos a su profesión, junto con la industria farmacéutica y, en menor medida, una población reacia a sufrir el mínimo dolor y demasiado confiada en las píldoras milagrosas para todo tipo de dolencias.



Frente a esa situación, Frances opone las siguientes recetas: en primer lugar, la revisión restrictiva de los criterios actuales de diagnóstico, y en segundo, menos pastillas, más psicoterapia y, sobre todo, aceptar que la vida entraña procesos dolorosos que solo cura el tiempo. Recomendaciones que no deberían caer en saco roto en España, donde la falta de una política de salud mental se combina con la "pildoritis" reinante para ejercer una presión fortísima sobre los médicos de atención primaria, que acaban recetando excesivos fármacos a sus pacientes.



De la denuncia del psiquiatra emana un tufillo a pecador arrepentido, y a veces parece exagerar; pero vistos los errores cometidos el énfasis resulta justificado. En la salud mental se repite la medicalización que en otros campos ha llevado a considerar afecciones procesos naturales como la menopausia, la calvicie, la astenia primaveral, la menstruación... Una práctica propiciada por la estructura privada de la sanidad estadounidense -ligada al negocio de la prescripción masiva de fármacos y tratamientos innecesarios- y de allí irradiada a sistemas públicos como el español.



Queda por ver cómo responden sus colegas a tan formidable invectiva, y en particular a su escepticismo sobre las definiciones categóricas de conducta normal. Por lo pronto, el lector lego apreciará haber sido prevenido contra esta nueva enfermedad, el sobrediagnóstico psiquiátrico.