Las cartas de Isabel II, Mario Puzo, James Hick, Fidel castro y Annie Oakley son algunas de las elegidas por el antólogo Shaun Usher

Traducción de María José y Enríque de Hériz. Salamandra. Barcelona, 2014. 368 páginas, 30E

Puede ocurrir que este libro grande, de tapa dura y profusamente ilustrado (en general con tino) resulte similar a uno de esos "table books", de arte generalmente, que adornan algunas mesas de salón. Puede, pero yo diría que no es eso, aunque sea una de esas obras de contenido heteróclito que pueden leerse a saltos, contemplando ilustraciones o grafías, curiosas cuando menos, como la de la todavía reina de Inglaterra, aún joven en 1960. En realidad estamos ante una muy plural antología de cartas, con gran amplitud de tiempo y temas. Hay cartas literarias o sentimentales o históricas o meramente curiosas pero que demuestran el papel enorme que la correspondencia (casi ya abolida) ha jugado en nuestra civilización. Sabemos que la epístola -desde el mundo antiguo- fue un género poético (Horacio) y también un género literario de prosa pero personal y útil, y podemos recordar el gran epistolario de Cicerón o el de la marquesa de Sevigné a su hija, por citar dos muy clásicos ejemplos.



Naturalmente en este libro/antología no falta la carta literaria (Anaïs Nin, Henry James, Rilke, Dorothy Parker u Oscar Wilde, entre otros) pero hay cosas más triviales o de una, diríamos, curiosidad humanizadora. He citado la carta -trivial, si se quiere- en que la reina de Inglaterra envía, de su puño y letra, una receta de cocina al entonces presidente de EEUU, Dwight Eisenhower. Claro que son mucho más tiernas la carta que la mujer de Winston Churchill - Clementine- le escribe a este para decirle que acaso la guerra o el mucho trabajo le han vuelto más hosco y duro y que eso lo notan sus subordinados y ella misma. Amorosamente le pide que se corrija; o la carta manuscrita que tres admiradoras adolescentes de Elvis Presley escriben al presidente Eisenhower (1958) para que este evite que su ídolo haga el servicio militar y si ello no fuera posible, al menos que "no le toquen el pelo."



Muchos sentirán más emoción con la carta manuscrita del gran Galileo Galilei (1610) ofreciéndole al dogo de Venecia el telescopio que acaba de perfeccionar: Con sentido práctico no habla del logro científico sino de su utilidad en las batallas navales. Puede (en otro modo) conmover la carta de María Estuardo (1587) originalmente en francés dirigida al rey de Francia, Enrique III, poco antes de que la ejecuten. Y no por bien conocida deja de impresionar la breve e intensa misiva de Virginia Woolf (1941) a su marido Leonard horas antes de suicidarse: "No creo que dos personas pudieran ser más felices que nosotros."



Es curiosa la carta manuscrita y en un inglés regular, que un adolescente Fidel Castro escribe en 1940 al presidente norteamericano Roosevelt, pidiéndole un billete "verde" de diez dólares y al fin ofreciéndose a mostrarle (para construir barcos) las más grandes minas de hierro de la isla. Curioso que haya sobrevivido esta carta de un muchacho de 14 años. Quizás es que Fidel era ya Fidel. ("No sé muy inglés, pero sé muy mucho español, y supongo que tú no sabes mucho español, pero conoces mucho inglés, porque es americano, pero yo no soy americano.") Hay cartas de samuráis y cartas de campesinos rusos y algo como una carta en una tablilla cuneiforme, en acadio, dirigida al faraón de Egipto, Amenhotep IV. Pero uno supone más cerca a Hemingway escribiéndole a Scott Fitzgerald (1934) o a Iggy Pop dándole ánimos a una fan en un papel de cuaderno, o (acaso romántica, debió ser una relación rara) a Katherine Hepburn escribiéndole a Spencer Tracy -1985- casi veinte años tras la muerte de él… Por supuesto está Leonardo y el propio Elvis, y como escritor y receptor Andy Warhol. O el novelista Mario Puzo escribiéndole a Brando para que interprete su novela "El Padrino" (1970). Muchas no son sino curiosidades a las que sacarles punta y (como suele ocurrir en obras de esa procedencia) es abrumadora y diría que excesiva la presencia del orbe anglosajón sobre cualquier otro. Libro atractivo, plural y seductor, acaso nos recuerde lo bello de escribir una carta a mano y que los e-mails no han resucitado (como creyeron algunos) el arte o destreza epistolares.