Caricatura de Enrique Jardiel Poncela
"Mi muerte es un asesinato colectivo", dejó escrito Jardiel, comida ya su garganta por el cáncer, su bolsillo por las deudas y su ánimo por el entrañable cainismo español: a un lado el sectarismo de la izquierda, que ni hoy le ha perdonado su alineamiento claro con el franquismo, y al otro la mojigatería de la derecha, que receló siempre de la amoralidad de sus personajes y del ateísmo de su autor. Ya se sabe que en la España del XX los vencedores de la guerra perdieron los manuales de literatura; pero Jardiel Poncela resiste desde las tablas que reponen sin pausa sus demandadas comedias y desde el merecido medallón de piedra del Teatro Español -junto a Lorca, Benavente o Valle-, y sabe al fin que ha vencido.Por la necesidad de reivindicar el talento del mayor comediógrafo español del siglo pasado entendemos la resuelta devoción con que el periodista Víctor Olmos afronta la peripecia vital de su biografiado, sin ocultar la elasticidad de su moral privada pero justificando siempre al hombre por sus obras. Como la mayoría de sus contemporáneos en la república de las letras, Jardiel fue misógino humorístico, antisemita retórico y franquista por mero "antiizquierdismo de las izquierdas españolas": era un burgués liberal que como tantos se refugió en el Movimiento cuando los milicianos le requisaron el Ford V8 que tantas cuartillas de escritura de café le había costado; años después La Codorniz le volvería a embargar el mismo coche por faltar a sus compromisos editoriales.
Acusa Olmos una parcialidad honesta por confesa, y una admiración por aquel "gigante de metro cincuenta" que difícilmente no compartirá el lector de este libro, redactado con prosa funcional que presta todo el foco al personaje. Pese a morir a los 50 años Jardiel dejó un repertorio notable que explican su precocidad, su ingenio superdotado, su voluntad de superación artística… y su constante necesidad de dinero, pues tenía que pagar los pisos que iba poniendo a sus sucesivas o solapadas amantes.
La cronología de la producción jardielesca pauta el avance de la lectura, que se beneficia de una amena linealidad -el exhaustivo aparato crítico consta al final, junto con el índice onomástico y el álbum fotográfico- solo interrumpida por las impagables citas del genio que con tino va diseminando Olmos, junto con extractos de la crítica periodística de su tiempo. Todo ello presupone un trabajo de documentación riguroso pero invisible, como debe ser, que aporta un contexto precioso para entender la presión agónica que pesa sobre el escritor de éxito y los turnos de mezquindad o gloria que la España eterna, bajo cualquier régimen, dispensa a sus mejores bufones. La rencilla literaria, la envidia, la murmuración, el descrédito ideológico, el chisme y la amistad aquilatada -Fernán Gómez le mantuvo con sobres de dinero en sus últimos meses de vida- acompañaron desde la veintena al brillante Jardiel, mujeriego reluctante al matrimonio, engendrador de bastardos, abandonado por sus amores más serios, boicoteado y renacido, triunfador y denostado, observador de la elegancia suprema que consiste en no dejar que la ironía melancólica ceda jamás a la amargura negra.
Pero queda la obra: el esfuerzo innovador con que Jardiel quiso -y logró- renovar el gastado casticismo arnichesco mediante el humorismo de vanguardia predicado por Ramón y perfeccionado por una experiencia hollywoodiense que pocos escritores españoles podían acreditar. No es Beckett porque no es solemne y porque se plegó al enredo en pos del rédito comercial, pero Jardiel inventó para nosotros el absurdo teatral desde su dominio de los clásicos, su experto manejo del idioma y su inconformismo amable. Admiraba a Charlot y confluyó con los Marx, recibió la admiración de Cantinflas, fue plagiado por Mihura (en denuncia del propio Jardiel), influyó más de lo que se le agradece en el diálogo berlanguiano que funda la veta más fértil del cine cómico español.
Hay una deuda literaria con Jardiel que este libro quiere pagar, y hay una deuda de felicidad que cualquier espectador de Eloísa está debajo de un almendro o Los ladrones somos gente honrada paga a gusto incluso con el IVA al 21%. Si queréis los mejores elogios, moríos. Pero antes, haced reír.