Aquellos jóvenes filósofos constituyeron una verdadera bohemia intelectual, lúdica e irreverente, dionisíaca, dice el autor

Biblioteca Nueva, 2014. 224 páginas, 16€

La sociología de la filosofía constituye un nuevo campo de investigación, con apenas dos décadas de existencia, aunque con escuelas ya consolidadas como la angloamericana, la alemana y, sobre todo, la francesa, a partir del magisterio de Pierre Bourdieu. En España, donde aún posee una escasa incidencia, sus producciones más representativas son los trabajos del grupo de investigación que dirige Francisco Vázquez García (Sevilla, 1962), catedrático de Filosofía de la Universidad de Cádiz. Entre ellos destacan la obra pionera del propio Vázquez, La filosofía española: herederos y pretendientes (Ábada, 2009), los estudios de Valentín Galván sobre la recepción hispana del pensamiento de Foucault (De Vagos y Maleantes. Virus, 2010) o los de José Luis Moreno Pestaña sobre la configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil (La norma de la filosofía. Biblioteca Nueva, 2013).



Este enfoque sociofilosófico propone un tipo novedoso de análisis de los procesos de gestación de las ideas filosóficas. En lugar de abordar la explicación del pensamiento de un autor o de una escuela desde una perspectiva "internalista", a menudo limitada al comentario de textos, se interesa por las condiciones sociales que contaminan productivamente un campo filosófico y lo hacen interactuar con otras dinámicas: no ya sólo con las que provoca la situación política y socioeconómica, según un tratamiento de corte marxista más tradicional, sino con las ligadas a instituciones académicas, mercado editorial, mundo periodístico y cultural, etc.



Se trata, por ejemplo, de estudiar cómo las exigencias de adaptación de un currículo a ciertas expectativas de éxito profesional e institucional pueden incidir en la configuración de un pensamiento, en su estilo, en sus filias y fobias intelectuales y demás. Investigando cómo se tejen las relaciones personales e institucionales en la vida cotidiana de una comunidad filosófica, qué hábitos y rituales de identificación se asume, qué capital cultural se procura reivindicar, se desvela el "inconsciente escolar de los filósofos" y se aportan nuevas claves de comprensión.



En este sentido, el nuevo libro de Francisco Vázquez, Hijos de Dionisios, supone una aportación de gran interés. Concebido como complemento a su libro anterior, donde exploraba el campo de la filosofía española del tardofranquismo a la transición democrática, aquí se centra en un grupo de autores que no habían sido hasta ahora objeto de estudio sistemático, pese a su importancia para la renovación de dicho campo filosófico a finales de los 60: los llamados "neonietzscheanos", con Eugenio Trías y Fernando Savater a la cabeza. Aquellos jóvenes ensayistas, que no practicaban un comentario erudito de Nietzsche, sino que se lo reapropiaban en la estela de la vanguardia filosófica francesa del momento para ejercer una crítica cultural de nuevo cuño, constituyeron una verdadera bohemia intelectual, lúdica e irreverente, dionisíaca, que se singularizó al rechazar tanto la rancia filosofía académica preservada en las Universidades tardofranquistas como las alternativas "serias" representadas por la filosofía analítica y el marxismo. Con un talento artístico y literario muy superior al de los herederos y pretendientes oficiales del stablishment filosófico de la época, este nietzscheanismo hispano, asociado en parte a otros movimientos como el de la posmodernidad, a modas como las de la gauche divine o la movida madrileña, se hizo sitio en la escena intelectual y acumuló prestigio al atacar mordazmente a las opciones rivales y al difundirse en formas distintas a las oficiales (artículos de prensa, tertulias, etc.).



Su consistencia como escuela, que Vázquez defiende en los capítulos finales del libro sobre la base de cierta institucionalización del grupo en centros como el Colegio de Filosofía de Barcelona o la Facultad de Filosofía del campus de Zorroaga en San Sebastián, se diluyó sin embargo demasiado pronto como para poder sostener la pervivencia de un ideario común. Pero no cabe duda de que, atendiendo a la historia de los efectos, el grupo remozó el panorama de la filosofía española y supuso un estímulo decisivo para que generaciones posteriores asumieran el reto de combinar en un registro más actual el trabajo académico y la vertiente crítica del filosofar. La propia obra de Paco Vázquez no es sino un buen ejemplo más de ello.