El archiduque Alberto de Habsbourg, de Franz Pourbus le Jeune

Traducción de Javier Rambaud. Centro de Estudios Europa Hispánica, 2015. 536 páginas, 50€

En 1998 Luc Duerloo fue comisario de la exposición Albert & Isabelle, 1598-1621, organizada en Bruselas con motivo del cuarto centenario del comienzo de aquella singular experiencia política que fue el gobierno semiindependiente de los archiduques sobre los Países Bajos españoles. Fue entonces cuando concibió la idea de realizar un estudio sobre el personaje clave de aquel periodo, el archiduque Alberto de Habsburgo, esposo de la hija mayor de Felipe II, que recibió conjuntamente con ella el gobierno de tales territorios a la muerte del monarca de El Escorial.



Después de una amplia y profunda investigación, Duerloo nos presenta al archiduque como un protagonista destacado en la política interior e internacional de aquellos años, que dirige los asuntos de gobierno sin intervención apenas de su cónyuge -la cual, no obstante, será en su viudez una activa gobernadora- y que constituye una pieza más, de enorme importancia, en la constelación política de la familia Habsburgo, encabezada por Madrid pero de la que forman parte también el emperador y los archiduques que gobiernan en los diferentes territorios Habsburgo tras el reparto de la herencia por el hermano de Carlos V, Fernando I. Bruselas se constituye ahora en uno de los polos de la compleja actividad política de la dinastía y el archiduque Alberto dista de ser un personaje acomodaticio que sigue las directrices de la corte madrileña; al revés, interviene de forma directa en las actividades y negociaciones más importantes de la época y no pierde de vista sus derechos como miembro de la familia.



El autor resalta su participación activa en la dirección de la guerra de Flandes, así como su protagonismo en la política internacional y en la conclusión de las tres grandes paces que cierran el periodo final del reinado de Felipe II: la de Vervins, meses antes de la muerte del monarca; la de Londres, que concluye el largo enfrentamiento hispano-inglés; y especialmente la negociación de la tregua de los Doce Años en los Países Bajos, el territorio que gobernaba, que permitiría unos años de paz y tranquilidad entre 1609 y 1621, cuya conclusión coincidirá con el fallecimiento del archiduque. En tanto que miembro de la familia Habsburgo, pretendió ser elegido emperador como heredero de su hermano Rodolfo II.



El personaje que emerge del estudio es, en consecuencia, un político activo, movido por la piedad habsbúrgica y los intereses de la dinastía, que contaba con una amplia experiencia política cuando Felipe II le entregó la mano de su hija y que gobernó los Países Bajos en una época que permitió soñar con la posibilidad de un estado independiente, un periodo de paz en que los pintores y artistas cortesanos exaltaron la vinculación feliz de Alberto e Isabel con su pueblo, dando lugar a numerosas obras de arte, muchas de las cuales se reproducen en la magnífica edición del Centro de Estudios Europa Hispánica.



El centro del libro es el archiduque, cuya vida desde la infancia, pasando por su cardenalato -abandonado antes de la boda-, el virreinato de Portugal y los otros servicios a su tío Felipe II, constituye el eje conductor. El gobierno conjunto de los Países Bajos es la etapa central, un periodo prometedor pero frustrado al cabo por la falta de descendencia de los archiduques, que hizo imposible su consolidación como un estado satélite de Madrid.



Haciendo una interpretación original, aunque discutible, del concepto de soberanía, que compara con la realidad actual de los estados europeos sometidos a organizaciones supranacionales, el autor señala que bajo el gobierno de los archiduques los Países Bajos fueron potencias intermedias, como Lorena, Saboya, Mantua o Baviera. Ninguna de ellas, sin embargo, tenía una soberanía parcial, vigilada y provisional, como la de los Países Bajos respecto a España. Más que de potencia intermedia habría que hablar de "un reino imaginado", como señalaba el subtítulo de la exposición que, en la estela de la de Bruselas, se celebró en Madrid en 1999.