Traducción de Regina L. Muñoz. Alpha Decay, 2015 224 páginas,18'90€

Los lectores que ronden los 50 años quizá recuerden a Christiane F. Su autobiografía Yo, Christiane F. Hijos de la droga se convirtió a comienzos de los 80 en un best seller mundial y en lectura obligatoria en las escuelas germanas. Sin excusas ni autocompasión, una adolescente de 13 años narraba sus andanzas por lo más sórdido de Berlín en busca de droga, mientras sus padres (alcohólico y maltratador él, sumisa ella) permanecían ajenos a su desamparo. En su descenso al inframundo de la heroína, la cada vez menos niña dejaba de ir a clase para prostituirse en parques y urinarios. Testigo de cargo en un juicio de pederastia, acababa viviendo con su abuela en el campo, convertida en estudiante ejemplar. Un final feliz. ¿O no?



Pronto los buenos deseos acabaron desvaneciéndose en nuevas recaídas y ahora, 35 años después, Christiane explica en Mi segunda vida que ésta sigue siendo un desastre de adicciones, en las que no le faltaron amigos glamurosos como David Bowie o Nina Hagen, editores y músicos, mientras seguía suicidándose lentamente con heroína y alcohol, que le hicieron perder la custodia de su único hijo. Que nadie espere ahora otro final feliz. No lo hay. Enganchada a la metadona, la Christiane F. de hoy sabe que sus cartas están marcadas y no abandonará la partida.No, mientras quede otra dosis que le haga olvidar.