Los lectores que conocen el libro de Cercas saben que en cierto modo el personaje principal es el propio autor, que se plantea un reto que, envuelto en formas literarias, nada tiene que ver con la ficción y sí mucho con la manera de recuperar el pasado, real y conflictivo, que aún gravita sobre nuestro presente y nuestro futuro. Desde el punto de vista narrativo el protagonista del libro de Cercas es Enric Marco, pero este no tendría entidad alguna en ese contexto si no fuera porque queda desenmascarado como impostor por alguien que se toma la molestia de encajar las piezas del pasado buscando algo tan sencillo pero tan desacreditado en estos "tiempos líquidos" como la verdad. Ese alguien es un modesto historiador llamado Benito Bermejo (Salamanca, 1963) que, paradojas del mundo que vivimos y las promociones publicitarias, adquiere por ello una inesperada relevancia. Hasta tal punto que se reedita ahora -con prólogo de Cercas- un viejo libro suyo de 2002, que había pasado inadvertido en su momento, sobre uno de los españoles de Mauthausen, Francisco Boix (1920-1951).
Si bien es verdad que la editorial apuesta ahora por el libro de Bermejo y los medios le prestan la atención que antes le negaron, no es menos cierto -y debe quedar claro en un examen crítico- que el volumen que nos ocupa es un trabajo excelente que muestra sin veladuras el horror del campo de concentración al que fueron a parar (y, en un porcentaje elevadísimo, a morir) la mayoría de los españoles que habían atravesado los Pirineos después de la guerra civil. Para diseccionar este aterrador panorama el autor pone su foco de atención en las andanzas de Boix, de manera que el volumen puede leerse al mismo tiempo como una biografía de la corta trayectoria de este fotógrafo catalán, un testimonio de las penalidades que sufrieron los reclusos (no solo los españoles) y una denuncia pormenorizada de la crueldad de la maquinaria nazi.
Aunque la fotografía suele ser mero complemento documental, en este caso y por todo lo dicho no debe dejarse en un segundo plano, pues constituye el material mismo que está en el origen y el núcleo del testimonio histórico. Además, frente a otras fuentes documentales, la fotografía (sobre todo cuando hablamos de miles de fotos, como aquí sucede) nos muestra una realidad que difícilmente se presta a interpretaciones interesadas y mucho menos a banalizaciones. El horror en estado puro que se muestra en estas páginas está desnudo, como los esqueletos vivientes, los ojos aterrorizados, los cuerpos exánimes apilados para la incineración. Aunque parezca increíble, la totalidad de los testimonios de la vida (el concepto es aquí un sarcasmo) en el campo procede de los propios guardianes nazis. Los verdugos, lejos de esconder las sevicias, realizaron miles de instantáneas de los prisioneros, las atrocidades y las muertes. Lo que hixo Boix, poniendo en riesgo su estatus privilegiado en Mauthausen, fue sustraer parte de esas fotografías (cerca de 20.000, aunque se conservan muchas menos) para que sirvieran de acusación. De hecho, Foix declaró en los procesos contra los criminales nazis de Nuremberg y Dachau por esos testimonios. Parte de esas manifestaciones aparecen en el libro.
Cuando llegó la derrota alemana, Boix pasó de ser ladrón de fotografías ajenas a reportero gráfico de la liberación. Con las fotos salvadas clandestinamente de la destrucción y las tomadas por él mismo, se documenta este magnífico volumen, ejemplo palmario de cómo es posible conjugar armónicamente la recuperación de la memoria con el rigor historiográfico.