Image: Ardenas 1944

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Ensayo

Ardenas 1944

Antony Beevor

17 julio, 2015 02:00

Los combates en las Ardenas alcanzaron un grado de brutalidad sin precedentes. Foto: Archivo

Traducción de Teófilo de Lozoya y Joan Rabasseda. Crítica. Barcelona, 2015. 616 páginas, 26'50€ Ebook: 14'99€

Ya ha tenido lugar el desembarco de Normandía. Las fuerzas aliadas avanzan lenta pero implacablemente por el territorio francés hacia la frontera alemana. La resistencia germana, aunque tenaz, es cada vez menos efectiva ante la superioridad de elementos y materiales de norteamericanos y británicos. En la frontera este el peligro para las tropas de Hitler es más acuciante si cabe. Tras la derrota nazi en Stalingrado casi todo han sido reveses para los alemanes en el Frente Oriental. De hecho, Stalin solo está esperando el frío extremo del invierno en la zona para que sus tanques atraviesen los ríos helados y se planten en Berlín antes de que consigan llegar los estadounidenses. A finales de 1944 la guerra ha dado un giro espectacular. La aplastante victoria nazi, que muchos auguraban un par de años antes, ha dado paso a un escenario diametralmente distinto. El diagnóstico más generalizado es ahora que Alemania está contra las cuerdas y solo es cuestión de tiempo que tenga que aceptar la rendición.

Pero el primero que no comparte ese diagnóstico es el jefe máximo de las tropas germanas. Sería no conocer a Hitler pensar que va a tirar la toalla sin más. La situación es casi desesperada, desde luego, y él lo sabe. Pero por eso mismo quiere jugar su penúltima baza: un ataque sorpresa en el frente occidental para dividir a las fuerzas aliadas. El objetivo, nada menos que tomar la ciudad belga de Amberes. Dos ejércitos completos de sus fuerzas armadas van a acometer la misión. Cuentan con el mal tiempo -niebla y nieve- para neutralizar la superioridad del enemigo. Y, por encima de todo, cuentan una vez más con la audacia de una jugada inesperada y el factor sorpresa. El 16 de diciembre de 1944 comienza la que será conocida como batalla de las Ardenas, por desarrollarse en esa comarca del territorio belga. Es la última gran ofensiva alemana en el Frente Occidental.

Hitler tenía razón en una cosa, que los aliados no esperaban el ataque y, sobre todo, que a esas alturas de la guerra no creían que Alemania tuviera todavía esa capacidad de reacción. Pero se equivocaba en todo lo demás: sobre el papel la iniciativa alemana era una locura y así se lo hicieron ver los generales a Hitler. Detraía fuerzas del Frente Oriental para combatir a los rusos (que constituían la amenaza más inmediata) y el mismo plan de llegar hasta Amberes era utópico dada la relación de fuerzas entre los contendientes. Como tantas otras veces en la historia era en el fondo una carnicería inútil.

Quizás por eso mismo la desesperación provocó una crueldad desaforada. Como dice Antony Beevor (Londres, 1946), "los combates en las Ardenas alcanzaron un grado de brutalidad sin precedentes en el Frente Occidental". No se refiere solo a los combates propiamente dichos en unas condiciones climatológicas espeluznantes, sino al fusilamiento de prisioneros, matanzas a sangre fría (Malmédy), asesinatos de civiles y destrucción de todo lo que se encontraban a su paso. Los alemanes fueron los principales responsables de esas crueldades (Peiper) pero los norteamericanos (por ejemplos los soldados de Bradley) se dejaron llevar a veces por la ley del Talión. En cuanto a las bajas, los dos ejércitos quedaron en tablas: unas ochenta mil en el bando alemán y otras tantas en el aliado.

Los numerosos lectores de Antony Beevor, que ha convertido la historia militar en sucesivos best-sellers (Stalingrado, La batalla de Creta, Berlín. La caída, El día D, La guerra civil española, París después de la liberación y tantos otros títulos), reconocerán aquí el estilo del autor y la maestría de la que hace gala en todas sus obras al combinar erudición y capacidad divulgativa. Los trabajos de Beevor se nutren, como cualquiera puede comprobar, de una sólida labor de archivo y un excelente manejo de fuentes de primera mano, pero se marcan como objetivo fundamental una exposición diáfana y atractiva.

Antony Beevor tiene siempre presente las grandes líneas del desarrollo de los acontecimientos pero procura no caer en la exposición fría y distanciada. Atiende por ello a los detalles humanos. En este caso, para poner de relieve que detrás de los grandes movimientos de tropas había seres humanos que perdieron la vida en condiciones atroces.