Alfonso Armada. Foto: Youtube
Digámoslo directamente y sin florituras: Sarajevo, de Alfonso Armada (Vigo, 1958), es un libro magnífico, uno de los mejores libros de viaje o crónica periodística publicados en este nuevo milenio por un autor español. Reconozco que leí el prólogo de Clara Usón tratando de moderar mentalmente las trompetas de alabanza tan comunes en las palabras introductorias (generalmente escritas por amigos) y que cuando abrí las primeras páginas de Sarajevo estaba más dispuesto a llevar la contraria que a dejarme seducir. Fracaso total. A los quince minutos de lectura este libro irrepetible me tenía rendido. Yo tenía un vaguísimo recuerdo de la lectura de las crónicas escritas por Armada para El País durante la guerra de Bosnia en el 92, un vago recuerdo que apenas superaba la idea de haber leído unos textos de mérito. No sabía aún (lo sé ahora) la increíble precisión humana y periodística de esas crónicas.Pero este Sarajevo de Armada no es la simple antología de esos textos. Alternados entre crónica y crónica, Armada intercala fragmentos de su diario privado de aquellos días. Frente a ese no lugar de Sarajevo -y sobre todo: frente a ese no-lugar de la guerra, de cualquier guerra- se opone y contrasta la sensibilidad de un joven periodista de 34 años (el Alfonso Armada de entonces) recién llegado de una corresponsalía en Nueva York, medio enamorado y medio desencantado, temeroso y valiente a partes iguales (porque la supervivencia en la guerra, queda demostrado en estas páginas, está fundada en no olvidar jamás el miedo), un joven español en el que no es difícil reconocer los encantos y desencantos del comienzo de la edad adulta, al que el encuentro con la guerra real de Bosnia convierte directamente en un hombre.
En sus escritos autobiográficos, Thomas de Quincey se preguntaba en qué punto preciso se producía el paso del joven al adulto, qué episodio, qué palabras eran las que producían ese salto definitivo y cualitativo que lleva a una persona de la juventud a la madurez. Este libro es precisamente la descripción de ese momento mágico y definitivo en el que un joven de talento adquiere por primera vez una conciencia compleja del mundo y la vida de los hombres.
El Sarajevo de Alfonso Armada es un triple retrato: el de la guerra de Bosnia por un lado, con todas sus crónicas repletas de fantásticos episodios humanos (siento especial debilidad por el del cumpleaños de Haris Basic, el chófer de la comitiva), el de la guerra como lugar y Sarajevo como ciudad asediada, el retrato del paisaje invertido, de lo que estaba aquí hace tan solo un segundo y ha desaparecido por completo pero cuya presencia trágica aún está reverberando en el aire, y el tercer retrato: el retrato cambiante, el del periodista de 34 años que es súbitamente consciente de que ser testigo de la guerra ha acabado con su ingenuidad para siempre.
La suma de esos tres retratos paralelos, complementarios y enriquecedores hacen que este libro sea tan extraordinario e irrepetible, un retrato humano perfectamente integrado en el retrato de una ciudad que se hunde y resiste, bajo el asedio. Para no dejarlo pasar.