Según los autores, las cuentas falaces impulsan el secesionismo. Foto: Quique García
Aquí puedes leer las primeras páginas de Las cuentas y los cuentos de la Independencia
Cambó decía que quien no ama la Edad Media no puede amar a su patria. Los lejanos tiempos medievales, recreados por la imaginación romántica, ofrecían un terreno fértil para los mitos nacionales y la historiografía del siglo XIX contribuyó a reforzar la identidad nacional en los Estados consolidados o a crearla donde el Estado-nación era un proyecto, como ocurrió en Cataluña. La Historia mínima de Cataluña de Jordi Canal documenta el origen de algunas de las señas de identidad catalanas, desde la bandera de las cuatro barras hasta la sardana, pero su propósito no es desmontar los mitos nacionalistas. Se trata de un libro sobrio cuyo propósito es proporcionar el máximo de datos históricos (a veces demasiados) y resulta por ello muy útil para introducirse en la historia catalana. Permite por ejemplo comprobar lo selectiva que resulta la memoria histórica oficial del nacionalismo.
Los catalanes (no todos, porque en los tres casos los hubo en ambos bandos) lucharon contra el rey de España y a favor del rey de Francia en la guerra de 1640-1652, contra los reyes de España y Francia y a favor de un archiduque de Austria y pretendiente al trono español en la de 1705-1714 y contra el emperador de los franceses y a favor de la España que resistía a Napoleón en la de 1808-1814. Pues bien: la memoria oficial olvida esta última, presta un relativo interés a la del siglo XVII y convierte la derrota de 1714 en la fecha clave del martirologio catalán.
El propósito de Borrell y Llorach en Las cuentas y los cuentos de la independencia es analizar los argumentos políticos y económicos, sobre todo estos últimos, que los independentistas emplean en su propaganda. Consiguen un resultado más que notable: combinar el análisis técnico con la claridad expositiva de manera que el lector profano en la materia termina por comprender algo en principio tan abstruso como los procedimientos de medición de las balanzas fiscales de las comunidades autónomas. Demuestran también hasta qué punto Mas y los suyos utilizan datos falsos: no es cierto que Alemania publique las balanzas fiscales de sus landers ni que el déficit fiscal de los más ricos (es decir su contribución solidaria al bienestar general) tenga un límite fijado por ley en un porcentaje de su PIB. Tampoco es cierto que el déficit fiscal de Cataluña sea excepcionalmente alto en relación con lo que ocurre en otros países de estructura federal, ni que pueda estimarse en los famosos 16.000 millones de euros, que supuestamente Cataluña tendría disponibles en el momento en que se separara de España, con consecuencias maravillosas en el cuento de la lechera de Oriol Junqueras, quien por cierto parece tener un problema con el cálculo de la tasa de interés compuesto.
Muchos independentistas lo son por motivos sentimentales, pero a otros catalanes se les está intentando convencer de las bondades de la independencia con el argumento, que Borrell y Llorach desmontan con eficacia, de que no tendría ningún efecto perjudicial. La tesis de que una declaración unilateral de independencia sería compatible con la permanencia en la Unión Europea resulta por ejemplo inverosímil, por ser contraria tanto al espíritu y la letra de los tratados europeos como a los intereses políticos de los grandes Estados europeos, firmemente contrarios a toda disgregación. Las falacias del nacionalismo no deben sin embargo ocultar la realidad del problema al que nos enfrentamos, el del desapego hacia España de un importante porcentaje de la sociedad catalana, y para resolverlo tanto Borrell y Llorach como Canal llaman a realizar un esfuerzo de diálogo y de imaginación.