Fórcola. Madrid, 2015. 160 páginas, 14'50€

Una de las aproximaciones más esenciales a la obra de Nietzsche y, al mismo tiempo, una de las más difíciles de llevar a cabo es la que parte del análisis de las relaciones de este genial pensador con la música. Nietzsche no sólo fue un temperamento musical dotado para la improvisación en la ejecución pianística, un gran melómano y un incisivo teórico de la estética wagneriana: fue ante todo un pensador que proyectó su apasionado modo de vivenciar este arte tanto en su concepción del mundo como en su crítica de la cultura moderna. Su primera apuesta filosófica, influida por Schopenhauer, fascinada por Wagner, reivindicó la música como un lenguaje originario capaz de expresar esa dimensión más íntima de la vida que el concepto era incapaz de captar sin empobrecerla con sus rígidos esquemas. Volver a la vieja alianza de la tragedia griega entre palabra y sonido, entre concepto y emoción -entre Apolo y Dionisos- fue su receta juvenil para curar a su tiempo de la decadencia. Se equivocó al creer que la ópera wagneriana respondía al mismo impulso, descubrió pronto su error y desde entonces no cejó en el intento de reformular su primera intuición dionisíaca al margen de toda aquella constelación romántico-idealista. En esa medida, tanto su vivencia de la música como su encuentro con Wagner fueron para él un destino.



Ni la mera biografía ni el mero análisis teórico sirven, pues, para dar cuenta del papel crucial que la música juega en Nietzsche. El acierto de este libro consiste en conjugar ambos planos. Su autor, Blas Matamoro (Buenos Aires, 1942), no es sólo un prolífico escritor, ampliamente curtido tanto en el oficio periodístico como en la labor ensayística, sino también un agudo crítico musical, que ya ha dedicado más de un texto a cuestiones afines. Reúne así dos de los requisitos fundamentales para poder ofrecer una visión certera y atractiva de esta compleja temática.



Su propia vocación lo orienta para situar adecuadamente en el centro del conflicto teórico y existencial experimentado por Nietzsche la tensión entre su amor a la palabra y su amor a la música. ¿Cómo pensar la vida sin agotarla en un sistema de signos donde su infinito poder de transformación se coagule? ¿Cómo dar voz a la disonancia esencial que se alberga en el fondo de las cosas? Su famosa declaración, "sin música, la vida sería un error", desvela su sentido como factor compensatorio de una existencia plagada de renuncias y autocontención. Matamoro recorre este primer tramo de la biografía de Nietzsche hasta el momento en que la ruptura con Wagner libera su espíritu y lo endereza hacia su camino más propio como pensador. A partir de este capítulo, el hilo rojo de la música dicta el itinerario por diversos momentos de la obra nietzscheana, repasando sus juicios sobre diferentes músicos y sobre la música contemporánea en general, para concluir con una valoración de sus méritos como compositor.



Al especialista en la filosofía de Nietzsche le resultará algo esquemático este recorrido, máxime cuando en los últimos años se han publicado excelentes trabajos al respecto (de Luis Enrique de Santiago, Enrique Gavilán, Eugenio Trías, amén del monográfico de la revista Estudios Nietzsche). Pero como divulgación de calidad, amena e inspirada, el libro es eficaz y cumple con creces su propósito, en palabras del autor, de ofrecer un "veloz recorrido por rincones anecdóticos y productivos de Nietzsche". "Demasiado veloz", insistirá riguroso el especialista. "Suficientemente bien escrito e intuitivo como para vislumbrar el fondo del enigma de la relación entre Nietzsche y la música", cabe decir con confianza a cualquier lector interesado.