Joseph Roth con su amigo Stefan Zweig en un café, en 1936
Alcohólico, mitómano, mordaz, autodestructivo, sablista contumaz, periodista implacable, Joseph Roth (Brody, Imperio austrohúngaro, 1894-París, 1939) contempló con pesar el hundimiento de Europa en los totalitarismos de distinto pelaje. Amante de las paradojas, se definía a sí mismo como "un francés oriental, un humanista, un racionalista con religión, un católico con cerebro judío, un auténtico revolucionario".Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957) ha escrito quince ensayos, abordando su vida y su obra, con una mirada lúcida y una increíble contención, pues ha preferido cederle la palabra a Roth y no emplear sus textos como pretextos para desplegar su visión de las cosas. "¿Qué es un ser humano sin papeles?", se pregunta Roth, un escritor tan desarraigado como hambriento de vínculos culturales, geográficos y espirituales. "¡Menos que un papel sin un ser humano!", responde con amargura. Aunque era vagamente socialista, admite que lloró cuando murió Francisco José, pues entendió que su desaparición significaba el fin de una cultura, donde católicos y judíos podían convivir pacíficamente.
Las convicciones de Roth nunca pesaron tanto como su escepticismo: "Acabaré por abandonar toda sociedad y por romper todo contacto. Ya no me creo nada". Ese nihilismo no es completamente sincero, pues Roth amó a las mujeres, mantuvo una estrecha -y accidentada- amistad con Stefan Zweig, y nunca renunció a expresar sus opiniones políticas, manifestando que la "dictadura del proletariado" le parecía tan terrorífica como el nazismo. Reacio a los halagos, admite que Alfred Polgar le enseñó la "delicadeza" y los "secretos" de la lengua alemana. Lejos de planteamientos puramente formales, estima que el estilo literario sólo cumple su función cuando está concertado con la vida: "Lo que importa es lo vivido, la intensidad del sentimiento, dejarse penetrar con fuerza por el hecho". Roth nunca concibió el periodismo como un género menor, sino como la forma que mejor refleja el pulso de lo real. El aprecio por la nota de actualidad no implica negligencia o descuido. Escribe Gil Bera: "El secreto de la fuerza y la penetración del escritor Joseph Roth está en su particular estética de la proporción y la sucesión permeable de impresiones. Que lo pequeño se hace contundente y la verdad está en el detalle pertenece a lo medular de su preceptiva".
Quizás esa forma de proceder explica su capacidad para transmitir las peculiaridades de la cultura judía: "En mis obras, yo traduzco a los judíos para mis lectores", apunta Roth y no exagera, pues sus libros contienen la esencia de la literatura shtetl, término que se empleaba para hablar del espíritu cultural, político, teológico y emocional de las pequeñas comunidades judías, más tarde destruidas por la barbarie nazi.
En la inacabada novela autobiográfica Fresas, distorsiona minuciosamente la verdad. Roth oculta que su padre se suicidó, se atribuye un inexistente linaje militar y fantasea sobre su papel en la Gran Guerra, presumiendo de condecoraciones imaginarias, cuando en realidad realizó trabajos burocráticos en posiciones muy alejadas del frente. La esquizofrenia de su mujer Friedl le produce un dolor literalmente indescriptible: "La palabra tormento ha adquirido de repente un contenido atroz". Afirma que vive entre "muros negros". Cuando se produce el Anschluss, su resistencia psicológica se desploma definitivamente. Se agrava su alcoholismo, descuida su aspecto -hasta entonces de dandi ocioso-, se precipita su declive físico y su vocación literaria se tambalea. "¡Y esta canalla de literatura!", clama con rabia. Uno de sus editores le anima a seguir: "Cuanto más triste está usted, mejor escribe". En una ocasión, un primo de seis años le preguntó: "¿Por qué escribes tanto?". Roth contestó: "Para que llegue la primavera".
Sin embargo, la primavera no llegó para Roth. Murió en la pobreza. En los papeles que certificaban su defunción, se anotó: "sin oficio conocido". Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la Universidad de Harvard se negó a comprar algunos de sus manuscritos, alegando que era un escritor menor. Roth afirmaba que a los optimistas les resulta fácil escribir. Para los escépticos, no es tan sencillo. Por eso sus palabras son tan importantes y están "nimbadas por el resplandor de la inutilidad. (¡Porque la inutilidad tiene un resplandor!)". El resplandor de Roth como hombre y escritor se hace particularmente intenso en este inspirado ensayo, mostrando que la grandeza del espíritu humano no reside en el éxito, sino su capacidad de responder a la adversidad con coraje, rebeldía, humor y poesía.
@Rafael_Narbona