Anjelica Huston. Foto: Archivo

Traducción de Teresa Arijón. Lumen. Barcelona, 2015. 688 pp, 24'90€. Ebook: 12'99€

Los libros de memorias de los grandes actores, la verdad sea dicha, no suelen deparar grandes satisfacciones. Su calidad literaria alcanza la categoría de correcta sólo en los mejores casos, y lo habitual es que ofrezcan un amplio menú de anécdotas para consumo interno, esto es, para cinéfilos y mitómanos predispuestos a devorar con placer migajas y venganzas. Hay excepciones. David Niven, por ejemplo, ostenta entre los actores, con poca discusión, el merecido título de mejor autor de un libro de memorias (Traigan los caballos vacíos). ¿Nadie se anima a editar Memorias de un farsante profesional? Parece que no, nunca hemos podido leer el libro de George Sanders en castellano.



Los grandes actores tienen mucho que contar, pero rara vez saben y, sobre todo, quieren contarlo. Y pueden tener mucho que callar, y ni que decir tiene que lo callan. ¿Entonces?



Anjelica Huston (Santa Mónica, 1951) se ha convertido, contra todo pronóstico, en una actriz interesante, con media docena larga de películas muy notables y con un físico inhábil para alcanzar la condición de estrella. ¿Encontraremos en Mírame bien, si es lo que buscamos, un relato sustancioso de su trabajo con Woody Allen en Delitos y faltas y Misterioso asesinato en Manhattan? Pues no. ¿Qué podría compensarnos de la importante inversión de tiempo que debemos hacer para leer las casi 700 páginas de su libro? Suele ser, y vuelve a ser, el problema en este género, la relación entre tiempo invertido y provecho obtenido. Anjelica ha trabajado bajo la dirección de Elia Kazan, James Ivory, Paul Mazursky, Coppola, Stephen Frears, Wes Anderson (tres veces)… ¿Algo contará? Algo, sí, poco.



Nieta del gran actor Walter Huston, e hija del gigantesco director John Huston, sus asuntos de familia -complejos, accidentados, dolorosos- no han sido los de cualquiera, ni tampoco un modo de vivir durante años -en parte por la desestructuración familiar, en parte por los vientos de la época que soplaron sobre su generación- muy cerca del precipicio. Hay testimonio de todo ello -drogas, alcohol, infidelidades, intento de suicidio...-, pero también un grado notable de elusión y edulcoramiento, un modo de contar con "flow" y bonitos colores -y con muchos sentimientos- , que es el modo de contar de un guionista de Hollywood al servicio de una película que aspira a Oscar.



Paseo por el amor y la muerte, El honor de los Prizzi y Dublineses (Los muertos) son importantes películas que Anjelica rodó a las órdenes de su padre y, felizmente, se extiende sobre ellas más que sobre otras. El padre, John Huston, es uno de los protagonistas centrales del libro, y su larga enfermedad y agonía son muy relevantes. Sospechosamente, el director -con sus aristas- sale aquí mejor parado que, a buen entendedor, en sus propias memorias, A libro abierto (Espasa). Es recomendable, ya puestos y para completar un tríptico, leer Hija del amor (Circe), de Allegra Huston, hermanastra de Anjelica, que es escritora y editora.



Anjelica Huston habla mucho del escultor Robert Graham, su marido, fallecido hace siete años, después de más de quince de matrimonio. Fue, está claro, el hombre que la estabilizó, que quizás le salvó la vida, una vida que transcurría por el filo de la navaja durante los largos y decisivos años de la relación de Anjelica con el actor Jack Nicholson, capaz de lo mejor y de lo peor, que la engañaba a todas horas. Esa Anjelica que llora, llora y vuelve a llorar por los desplantes e intemperancias de Nicholson se acerca mucho a un retrato vivo. ¿Memorias de actores? Hasta nueva orden, uno prefiere las biografías escritas por Patrick McGilligan. Por algo ellos las temen.