Antonio Lucas

Prólogo de Raúl del Pozo. Círculo de Tiza, 2015. 353 páginas, 22€

Conviven en estas Vidas de santos del periodista y poeta Antonio Lucas (Madrid, 1975) dos o tres santorales no mal avenidos, pero sí ligeramente antagónicos: algo no del todo inesperado en una colección de semblanzas surgida de la comprometida situación del columnista encargado de poner la nota culta en el periódico.



Hay una parte del libro dedicada a grandes nombres que ocupan la memoria y la devoción del letraherido y a otros procedentes de otras artes. Sabe Lucas que el escritor contemporáneo se retrata en su modo de redefinirse frente a la tradición. Y es, efectivamente, una especie de nervioso autorretrato lo que terminan componiendo estas semblanzas: filias, fobias -pocas, porque predomina el gesto de admiración- e incluso algún que otro tic generacional, como la inopinada condena que le merece el punk -"una estética de camiseta sin mangas y un repertorio de cadáveres prematuros"-, a despecho de que el denostado movimiento de rebeldía urbana sea un legítimo precedente de otras rebeldías de las que Lucas sí se declara admirador: la banda post-punk Joy Division, por ejemplo.



Hace bien, no obstante, el autor con mostrar sus cartas. Porque lo mejor de su libro, y lo que califica a Lucas como testigo impagable del lado más desconocido y pintoresco -y libérrimo- del escenario cultural español no son tanto las lecturas y filias que lo acreditan, como su conocimiento de primera mano de una gavilla de personajes e historias que, sin la mediación del columnista rendido, pasarían desapercibidos al público no avisado. En esto sigue una noble tradición que tiene sus precedentes en la obra de Cansinos Asséns o el Baroja memorialista, y que, pasando por Umbral, ha seguido dando frutos hasta hoy.



En la primera sección de estas Vidas de santos, dedicada a artistas que murieron muy jóvenes, la hermosa semblanza del escritor suicida aragonés Chusé Izuel nos pone en antecedentes. El tono de apasionamiento crece en las semblanzas de "heterodoxas" que ocupan la segunda sección del libro: entre ellas, las muy notables de Blanca Luz Brum y Alejandra Pizarnik. Pero es en la tercera parte, dedicada a personajes vivos, donde la mezcla de periodismo competente, juicio apreciativo y buen pulso literario alcanza su mejor expresión, en semblanzas como las dedicadas al cantaor Manuel Agujetas, el poeta Carlos Oroza o el cineasta underground Adolfo Arrieta. Espejos donde el periodista, habitante él mismo de esa olvidada dimensión del mundillo artístico y cultural, también queda retratado.