Ching Tsai Loo

Traducción de Ignacio Vidal-Folch. Elba. Barcelona, 2015. 285 páginas, 17'90€

He aquí la increíble historia de C. T. Loo (1880-1957), nacido pobre, hecho a sí mismo y convertido al fin en el mayor marchante asiático de todos los tiempos. Se queda corto un libro de trescientas páginas para consignar semejante peripecia. Ni siquiera procedía de Shanghái, sino de un mugriento poblachón del oeste de China. El hombre que lo apadrinó le mostró el París de la Belle Epoque. Loo se cortó la coleta manchú y entró a trabajar de recadero en una galería. Destacó como el mejor dotado y más ambicioso y a los veintiocho años abrió su propio negocio, que acompañó de un dandismo a la europea: los guantes de Hermés, los pantalones de Lloyd & Co. y las camisas de seda que hacía traer de China. Un pañuelo de color, con sus iniciales bordadas, asomaba por el bolsillo superior del batín con el que recibía a las visitas.



La historia de Monsieur Loo -escribe Géraldine Lenain, experta en arte chino de Christie's- "es la historia de un hombre que se hace dueño de su destino y progresa". Y una parte sustancial de la formación de las principales colecciones de arte de Occidente. Su medio siglo es el de los grandes descubrimientos arqueológicos en China. Loo localizó el negocio en la fiebre occidental por todo lo que oliera a bronce y jade y hoy es considerado un criminal en su país, un saqueador al que solo frenó la llegada al poder de Mao en 1949. Se casó con la hija adolescente de la mujer que amaba, se desentendió de sus cuatro hijas e inundó las colecciones privadas de Europa y EEUU con obras que adquiría a precios irrisorios. ¿Un expolio? En su defensa argüía que fue él quien introdujo Oriente en Occidente. Los Rockefeller o los Vanderbilt formaron sus colecciones gracias a Loo, también el Metropolitan y el Louvre. A su muerte dejó una notable fortuna cuyo último vestigio desapareció en 2011. Ese día un representante de la saga entregó las llaves de la pagoda familiar y dio por liquidado el legado de este personaje embaucador, controvertido y fascinante.



@albertogordom